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El mal no es creación divina

Este artículo pertenece al tema de La Batalla Invisible. Parte 7 de 8

Probado en todas formas ha sido desde su principio el espíritu. Si ha sido probado con el mal, ¿creéis acaso que el Padre pueda haber creado el mal para tentar a sus hijos? De cierto os digo: No.

El mal ha sido creado por la flaqueza, la debilidad del espíritu y de la carne; del espíritu, por no saber hacer uso de su propia fortaleza y de la carne por ceder ante las tentaciones.

¿Qué ha hecho ante ésto el Padre? Permitir que los elementos del mal os sometan a prueba.

¡He aquí por qué he venido! Porque vosotros no habéis sabido perseverar ni conservaros en el bien; porque habéis cedido a las flaquezas de la carne; porque habéis caído ante las tentaciones tanto visibles como invisibles, bajo ese poder sobrenatural del mal que existe sobre vosotros.

A vosotros os dejaré ir por todos los caminos del orbe, lo mismo que a vuestros hijos, discípulos también del Espíritu Santo y los hijos de ellos llevarán mi simiente.

En verdad os digo que no pasarán tres generaciones después de la vuestra, para que no se haya conmovido hasta sus más profundas fibras esta Humanidad, ante la venida del Espíritu Santo, ante hechos extraordinarios, unos, que he verificado entre vosotros y, otros, que reservados tengo para el mañana.

Así vosotros iréis aboliendo el reinado del mal. Ese poder irá siendo quebrantado por vuestras obras de amor y de justicia.

Cada hombre que sea convertido al Espiritualismo será uno menos que pertenezca a aquel reinado.

Pero si vosotros creéis que os doy la tarea o el cargo de vencer con vuestras obras de amor y de luz el ambiente del mal, en verdad os digo que no es el tiempo aún en que podáis vencerlo por completo; todavía es más fuerte que vosotros.

temas extraídos de las comunicaciones divinas de El Tercer Testamento

El mal, atado. La victoria final sobre el mal

Este artículo pertenece al tema de La Batalla Invisible. Parte 8 de 8

El triunfo absoluto sobre la tentación y el mal no será en vuestro tiempo, mi pueblo.

Tendré Yo que atar aquel poder por un tiempo, pero vuestros méritos serán tomados en cuenta para ello y ese tiempo en que aquel poder se encuentre atado, servirá para que el bien eche raíces en el corazón de los hombres, para que el bien en todas sus formas tome fuerza.

Y cuando fuerte en el bien el hombre se encuentre, cuando en la balanza de mi justicia el bien pese más que el mal, entonces sí, la tentación en todas sus formas será desatada por un tiempo más y ya en ese tiempo no será mi espada la que venza, sino vuestras propias armas.

Yo sólo vigilaré desde el infinito, porque vosotros tendréis la fuerza necesaria para vencer al adversario.

La virtud en todas sus formas se habrá enseñoreado en este mundo y la tentación no encontrará rincón ni puerta abierta ni cabida, y sus más grandes celadas, sus más grandes lazos serán vencidos hasta el último elemento de aquel poder del mal, y cuando su reinado sea quebrantado y dividido, entonces vendrá el principio de vuestro triunfo y la tiniebla se convertirá en luz, el mal se convertirá en bien y los perdidos serán hallados.

He aquí que éste será el triunfo en vuestro espíritu, y cuando elevéis vuestro cántico, será el triunfo de la luz de la justicia y del amor.

Estoy preparando el valle donde he de reunir a todos mis hijos para el Gran Juicio Universal.

Yo juzgaré con perfección; mi amor y caridad envolverán a la Humanidad y en ese día encontraréis salvación y bálsamo para todos vuestros males.

Las profecías correspondientes a este tiempo se están cumpliendo.

Los que han dormido se han azorado al contemplar los acontecimientos; es que no habéis leído en el libro de los profetas, en el libro de vuestro Dios, mas Yo haré de vosotros mis discípulos que sepan interpretar mi palabra de todos los tiempos.

Cuando el Séptimo Sello quede cerrado junto con los otros seis, quedará cerrado ese libro que ha sido el juicio de Dios sobre las obras de los hombres desde el primero hasta el último.

Entonces abrirá el Señor un libro en blanco para anotar en él la resurrección de los muertos, la liberación de los oprimidos, la regeneración de los pecadores y el triunfo del bien sobre el mal.

temas extraídos de las comunicaciones divinas de El Tercer Testamento

El origen de las influencias del mal. Consecuencia de las malas influencias espirituales.

Este artículo pertenece al tema de La Batalla Invisible. Parte 1 de 8
Más allá de vuestra vida humana existe un mundo de espíritus, hermanos vuestros, seres invisibles para el hombre, que luchan entre sí por conquistaros.

Aquella lucha entre ellos proviene de la diferencia de evolución en que unos y otros se encuentran.

Mientras los seres de luz elevados por el ideal del amor, de la armonía, de la paz y el perfeccionamiento, van regando de luz el camino de la Humanidad, inspirándole siempre el bien y revelándole todo aquello que sea para bien de los hombres, los seres que aún conservan el materialismo de la Tierra, que no han logrado despojarse de su egoísmo y de su amor al mundo o que alimentan por tiempo indefinido tendencias e inclinaciones humanas, son los que siembran de confusiones el camino de la Humanidad, ofuscando las mentes, cegando los corazones, esclavizando las voluntades, para servirse de los hombres, convirtiéndoles en instrumentos para sus planes o tomándoles como si fuesen sus propios cuerpos.

Mientras el mundo espiritual de luz lucha por conquistar el espíritu de la Humanidad para abrirle brecha hacia la eternidad, mientras aquellas benditas legiones trabajan sin cesar, multiplicándose en amor, convertidos en enfermeros junto al lecho de dolor, de consejeros a la diestra del hombre que lleva el peso de una gran responsabilidad, de consejeros de la juventud, de guardianes de la niñez, de compañeros de quienes viven olvidados y solos, las legiones de seres sin la luz de la sabiduría espiritual y sin la elevación del amor, también trabajan sin cesar entre la Humanidad, pero su finalidad no es la de facilitaros la senda hacia el reino espiritual; no, la idea de estos seres es opuesta completamente; es su intención dominar al mundo, continuar siendo dueños de él, perpetuarse en la Tierra, dominar a los hombres, convirtiéndolos en esclavos e instrumentos de su voluntad, en fin, no dejarse despojar de lo que han creído siempre suyo: el mundo.

Pues bien, discípulos, entre unos y otros seres existe una lucha intensa, una lucha que no contemplan vuestros ojos corporales, pero cuyos reflejos se hacen presentes día a día en vuestro mundo.

EL ORIGEN DE LAS INFLUENCIAS DEL MAL

Hay fuerzas invisibles a la mirada humana e imperceptibles a la ciencia del hombre, que influyen constante mente en vuestra vida. Las hay buenas y las hay malas, las hay de luz y también obscuras.

¿De dónde surgen esas influencias? Del espíritu, de la mente, de los sentimientos.

Unas y otras vibraciones invaden el espacio, luchan entre sí e influyen en vuestra vida; esas influencias lo mismo brotan de espíritus encarnados que de seres sin materia, porque lo mismo en la Tierra que en el Más Allá existen espíritus de luz así como turbados.

Los espíritus en tiniebla, cruzándose en el camino espiritual de la Humanidad, la confunden induciéndola a la idolatría, al paganismo, al fanatismo.

CONSECUENCIA DE LAS MALAS INFLUENCIAS ESPIRITUALES

En verdad os digo que existen en el valle espiritual muchos espíritus en tiniebla, sembradores de discordias, de odios y perversidad; existen multitudes de espíritus cuya influencia alcanza a los hombres al transmitirles malos pensamientos e inducirles a malas obras.

Pero esos seres no son demonios, son seres imperfectos, turbados, confundidos, oscurecidos por el dolor, por la envidia o por el rencor.

No os asombréis si os digo que su naturaleza es la misma que tiene vuestro espíritu y la misma que tienen aquellos seres llamados ángeles por vosotros.

¿Por qué no llamáis demonios a los malos hombres que habitan la Tierra, si ellos también os tientan, si también os inducen al mal y os apartan del camino verdadero? Ellos, como los seres turbados del espacio, también son espíritus imperfectos, pero que han alcanzado poder y fuerza, porque se ha apoderado de ellos un ideal de grandeza.

En verdad os digo que ni entre los que habitan en la Tierra, ni en los que se encuentran en espíritu tengo enemigos.

No existe uno que se dedique a odiarme, a blasfemar contra Mí, o a apartar de la buena senda a sus semejantes por el solo placer de ofenderme.

Quienes apartan a los hombres de la fe, quienes borran del corazón de sus hermanos mi nombre y quienes luchan contra lo espiritual, no lo hacen por ofenderme, lo hacen porque así conviene a sus ambiciones terrestres, a sus sueños de grandeza y de gloria humana.

A similitud de eso acontece con los seres del Más Allá que no han despertado a la luz que eleva por el camino del amor.

Ellos han tratado de ser grandes por la ciencia simplemente, y cuando influyen en sus hermanos y los apartan de la buena senda, no es con el fin de causarme un dolor, de rivalizar con mi poder, de gozarse en el triunfo del mal sobre el bien; no, el móvil, aunque malo, no es el de ofenderme.

¿Cómo podéis estar pensando toda la vida en que frente a Mí se encuentra un poderoso adversario que a cada paso me arrebata lo que es mío?

¿Cómo concebís que Yo hubiese puesto en la senda de los hombres a un ser infinitamente más poderoso que ellos, para que les estuviese tentando sin cesar y que al final los empujase a la perdición eterna?

¡Qué mal pensáis de Mí y de mi justicia, los que decís conocerme y amarme!
Ciertamente los malos tientan a los buenos, los fuertes abusan de los débiles, los injustos escarnecen a los inocentes y los impuros violan lo que es puro.

Pero son tentaciones que aquél que las encuentra las puede rechazar, porque posee armas y escudo para luchar y defenderse.

Su espada es la conciencia y tras ella están la moral, la fe y la razón, para no dejarse seducir por las malas influencias; y no solamente debe hacer eso, sino también sembrar la virtud con sus obras, contrarrestando en todo lo posible al mal; si ve que hay quienes siembran perdición, vicios y destrucción, levantarse a sembrar luz, a salvar al perdido, a levantar al que ha caído.

Es la lucha del bien contra el mal y de la luz contra la tiniebla, lucha indispensable para escalar y alcanzar las alturas de la perfección.

El Origen del Mal

Este artículo pertenece al tema de La Creación. Parte 4 de 6

Vuestros números, vuestras ciencias más elevadas para medir y calcular los tiempos, no os bastarían para dar principio a una labor que solamente Dios puede llevar a cabo, por ser el Único que estará siempre más allá de los tiempos.

Sí, hijos míos, la consecuencia de todos los pensamientos, palabras y acciones que el espíritu tuvo en su principio por razón del libre albedrío, dio origen a las fuerzas invisibles, a las vibraciones del bien y del mal.

Los que en el uso del libre albedrío comenzaron a vivir en forma sana, tratando de alcanzar su bienestar y el del semejante, crearon vibraciones saludables, benéficas; y los que en el mismo uso del libre albedrío desoyeron la voz de la conciencia y se orientaron por las inclinaciones egoístas, propias de su soberbia, crearon fuerzas maléficas, engañosas.

Unas y otras vibraciones quedaron en el espacio espiritual, prestas a aumentar o disminuir su intensidad e influencia, atraídas según fueran los pensamientos de los espíritus, según sus obras posteriores, pero esas fuerzas invisibles no habrían de quedar aisladas de la evolución de los espíritus.

No, discípulos, esas vibraciones quedarían latentes sobre todos los seres.

Los que eran inspirados por la luz de la conciencia, sabían rechazar las malas influencias y buscaban las vibraciones benéficas y saludables; y los que en el uso del libre albedrío hacían obras opuestas al dictado divino, atraían las vibraciones perversas, insanas, aumentando su confusión; y de ese equilibrio provienen las enfermedades y las bajas pasiones que en vuestro mundo atormentan al hombre hasta vuestros días.

Yo que conozco vuestro principio y vuestro futuro en la eternidad, di a los primeros hombres armas con las que lucharan contra las fuerzas del mal; pero las despreciaron, prefirieron la lucha del mal contra el mal en la que nadie triunfa, porque todos resultarán vencidos.

Si me preguntáis cuáles fueron las armas que di a la Humanidad para luchar contra el mal, os diré que fueron la oración, la perseverancia en la Ley y el amor de los unos a los otros.

Os he hablado del origen de las fuerzas del bien y del mal; ahora os digo: Esas vibraciones habrían de llegar a todos los mundos que habría de formar, para probar a los hijos del Señor; mas con ello no buscaba vuestra perdición sino vuestro perfeccionamiento.

Prueba de ello es que Yo siempre me he manifestado a mis hijos, ya hablándoos a través de la conciencia, ya doctrinándoos a través de mis enviados o haciéndome hombre entre mis hijos, como en aquel Segundo Tiempo a través de Jesús.

El mal existe, de él se han derivado todos los vicios y pecados.

Los pecadores, o sea los que practican el mal, existen, lo mismo en la Tierra que en otras moradas o mundos; mas ¿por qué personificáis todo el mal existente en un solo ser, y por qué lo enfrentáis a la Divinidad? Yo os pregunto: ¿Qué es ante mi poder absoluto e infinito, un ser impuro, y qué significa ante mi perfección vuestro pecado?

¿Cómo os atrevéis a culpar a Dios de vuestras propias caídas, dolor e imprudencia?

¿Acaso queréis culparme por todo aquello que no viene de Mí sino que ha sido creación vuestra?

¿Queréis, por ventura, recoger amor cuando habéis sembrado lo contrario?

El dolor lo creáis vosotros y con él os hacéis justicia.

Yo no creé la muerte ni el infierno, porque al concebir mi Espíritu la idea de la Creación, sólo sentía amor y de mi seno sólo brotó vida; si la muerte y el infierno existiesen, entonces tendrían que ser obras humanas, por pequeñas; y ya sabéis que nada de lo humano es eterno.

Yo no hice este mundo para el dolor de los hombres; los mundos son lo que sus moradores quieren que sean.

Ved cuánto ha deformado la verdad el hombre con sus malas interpretaciones, cuán distinto ha interpretado el sentido figurado con el que se le ha revelado la vida espiritual.

Conocedme todos, para que ninguno me niegue; conocedme, para que vuestro concepto sobre Dios esté fundado en la verdad y sepáis que donde se manifieste el bien, ahí estoy Yo.

El bien no se confunde con nada. El bien es verdad, es amor, es caridad, es comprensión.

El bien es preciso, exacto, determinado. Conocedlo para que no os equivoquéis. Cada uno de los hombres podrá ir por diverso camino, pero si todos coinciden en un punto, que es el bien, llegarán a identificarse y a unirse.

No así cuando se empeñen en engañarse a sí mismos, dándole cariz de malo a lo bueno y disfrazando de bueno a lo malo, como acontece entre los hombres de este tiempo.

temas extraídos de las comunicaciones divinas de El Tercer Testamento

El Pecado Original

El pecado original, tal y como lo enseñan las religiones cristianas, no es una doctrina divina, es una teoría humana.

De hecho, aunque suene escandaloso para muchas personas que fueron criadas de buena fe en la creencia de que este concepto deriva de una fuente divina, no hay una sola palabra en la Biblia que apoye esta teoría.

Los cristianos modernos creen que estas teorías son doctrinas emanadas de la Biblia debido a que los teólogos, predicadores y sacerdotes las enseñan como si fuesen doctrinas divinas tomadas directamente de la Biblia y tratan de darles un cierto semblante de credibilidad citando un par de versículos bíblicos totalmente fuera de contexto.

Sin embargo estas teorías no son doctrinas bíblicas y los primeros seguidores de Jesús jamás supieron de ellas.

El mismo Jesús nunca mencionó nada relativo a este asunto, simplemente no existe en los Evangelios.

Esta teoría o al menos la base de ella, fue inicialmente sostenida por Agustín, obispo de Hipo, en dos libros escritos en contra de Pelagius y Celestius, tan tardíamente como el año 418 de la era cristiana.

Más tarde, tres diferentes versiones de esta doctrina emergieron, cada una tachando de falsas a las otras y negándoles validez alguna.

Pero el principio básico en todas estas teorías es que la humanidad, a partir de Adán y Eva, tiene una naturaleza depravada y que todos nosotros, como descendientes de ellos, nacemos en pecado.

¿El Sexo, Pecado Original?

Por alguna extraña razón, la imaginación popular (y de muchos «estudiosos» antiguos de la Biblia), hizo girar los motivos del llamado original o caída, desviándolos de la desobediencia a los mandatos divinos hacia algo más terreno y mundano: el sexo.

Y sin darse cuenta de esa profanación, muchos hasta el día de hoy siguen atribuyendo a los placeres carnales la caída del ser humano.

Esto es totalmente equivocado: Una lectura cuidadosa de la parábola acerca del Jardín del Edén y de la caída de la gracia del género humano, contenida en los capítulos 2 y 3 de la Biblia, nos descubre algo de suma importancia: durante todo ese lapso ambos, Adán y su compañera, ¡son vírgenes!

Tan es así, que no es sino hasta el capítulo 4 donde Adán «conoce» (eufemismo del acto sexual en lenguaje bíblico) a su mujer y es también ahí donde por primera vez se le menciona con el nombre de Eva (madre, en hebreo arcaico).

Sí, así es. Desde la creación hasta la expulsión del Edén, a la mujer se le llama sencillamente mujer; por tanto, no es exacto decir que fueron creados Adán y Eva.

El único nombre mencionado es Adán, que no es nombre propio, sino que significa «hombre».

Las Escrituras

El concepto de pecado original no está basado en las Escrituras.

Si tomas tu Biblia y lees no tan solo al profeta Ezequiel sino también el libro de Exodo, encontrarás el concepto contrario: Cada hombre es responsable de sus actos y por tanto, no existe un pecado original que sea transmitido de generación en generación.
Deuteronomio 24:16 dice:

«Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.»

En Ezequiel 18:20 puedes leer:

«…el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.»

En 2 Reyes 14:6 y Jeremías 31:30 podrás encontrar que una persona no deberá pagar por los errores de sus ancestros. La evidencia en contra del pecado original en la forma que lo entiende la Cristiandad es abrumadora.

Más aún, el hecho de que el hombre es creado a imagen de Dios es evidente en las Escrituras y no tan sólo en el capítulo 1 de Génesis sino también se vuelve a afirmar esto en el capítulo 5, después de la caída.

Si el hombre (entendido como el género humano) es creado a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo puede entonces nacer depravado debido a su propia naturaleza?

Las enseñanzas divinas del Tercer Tiempo explican esto muy claramente:

«El pecado original no viene de la unión del hombre y la mujer; Yo, el Creador, establecí esa unión diciéndoles a ambos: Creced y multiplicaos.

Esa fue la primera Ley. El pecado ha estado en el abuso que han hecho del don del libre albedrío.»

«Sabéis que Dios dijo a los hombres: Creced y multiplicaos y henchid la tierra.

Esa fue la primitiva ley que se os dio, oh pueblo; más tarde, el Padre no pedirá a los hombres que tan sólo se multipliquen y que la especie siga creciendo, sino que sus sentimientos sean cada vez más elevados y que su espíritu emprenda un franco desarrollo y desenvolvimiento.»

«Mas si la primera ley fue la propagación de la raza humana, ¿cómo concebís que el mismo Padre os aplicase una sanción por obedecer y cumplir con un mandato suyo? ¿Es posible, pueblo, que en vuestro Dios exista una contradicción semejante?»

«Mirad qué interpretación tan material dieron los hombres a una parábola en que tan sólo se os habla del despertar del espíritu en el hombre; por tanto, analizad mi enseñanza y no digáis más que estáis pagando la deuda que por su desobediencia contrajeron los primeros pobladores con vuestro Padre. Tened una idea más elevada de la justicia divina.»

«Yo os he dicho que hasta la última mancha será borrada del corazón del hombre; mas también os digo que cada quien deberá lavar sus propias manchas.»

 

 

Las citas del Tercer Testamento pertenecen al Libro de la Vida Verdadera. Las citas bíblicas están tomadas textualmente de la versión española de Casiodoro de Reina
y Cipriano de Valera

El Perdón

En los años 70´s, con la película Love Story, la actriz Ali McGraw puso de moda una frase que decía: «Amor, es nunca tener que pedir perdón».

Y realmente, si el amor que manifestamos los seres que poblamos este planeta fuera verdadero, jamás tendríamos que pedir perdón; pero como aún no hemos comprendido el verdadero significado de «amaos los unos a los otros», vivimos en un mundo en donde constantemente tendríamos que estar pidiendo perdón, y digo tendríamos, porque lamentablemente el ser humano en la mayoría de los casos, cuando comete una falta no quiere reconocerla, y si lo hace, se niega a la «humillación» de pedir perdón.

De la misma manera, aquél que ha sido ofendido o agraviado, en muchas ocasiones se niega a otorgar el perdón.

Y surge la pregunta ¿Qué es más difícil, pedir perdón o perdonar?¿Qué es lo que nos lleva en un caso y en otro a no poner en práctica el más grande ejemplo de amor y humildad que ha recibido la Humanidad a través del Divino Maestro? Aquél que estando en la cruz y después de haber sido burlado y escarnecido, elevando una oración a los cielos dijo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen?». Una vez más, como siempre en nuestra historia, lo que nos sigue perdiendo es nuestra falta de amor y nuestra enorme soberbia.

¿Es que acaso no nos hemos cansado de ver repetirse una y otra vez a nuestro alrededor las consecuencias de la falta de perdón? ¿No hemos visto pueblos enteros que han sido exterminados por sus mismos habitantes a causa de rencillas familiares que nunca fueron perdonadas y que han ido pasando de generación en generación como una enfermedad hereditaria entre padres e hijos? ¿No estamos viendo actualmente naciones enteras que se han convertido en infiernos de odio y destrucción por la falta de perdón?

Es triste ver que después de tantos siglos, la Humanidad aún no ha comprendido que al final, el que sobrevive no es el soberbio, sino el humilde.

En este mundo en el que a la nobleza y la humildad se les llama servilismo, estupidez o cobardía, la historia no ha dejado de darnos testimonio de que en su memoria, los más grandes, los más escritos y recordados, los más seguidos, han sido aquellos que han dejado en la Tierra un ejemplo de bondad, de perdón, de sencillez y de humildad; porque la verdadera fuerza está en el amor, en comprender que aquél que reconoce una falta no se está humillando ante los ojos del mundo, sino por el contrario, está siendo grande ante los ojos de Dios.

Mas no debemos ver al perdón como un acto místico, como algo que requiere de nosotros un esfuerzo sobrehumano, debemos verlo como un acto natural, porque habiendo brotado nuestro espíritu del perdón infinito que es la Divinidad, en nosotros el perdón debe ser parte de nuestra naturaleza.

Preguntó Pedro al Divino Maestro en el Segundo Tiempo: «Señor, cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿hasta siete?» Y el Divino Maestro respondió: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete» (Mateo 18:21; Lucas 17:3-4).

¿Qué quiso decir el Señor con su respuesta? Muy sencillo, quiso decir que para el perdón no hay límite, que habremos de perdonar siempre y cuantas veces sea necesario.

Cada uno de nosotros ha sido perdonado por nuestro Padre las veces que lo hemos necesitado, a través de nuestra larga existencia como espíritus, sin importar el calibre de la falta, sin importar la reincidencia en el pecado.

Nuestro perdón ha sido infinito, como infinito es el amor de nuestro Padre.

Pensar en que existen faltas tan terribles que no alcanzan o merecen el perdón divino, es creer en un dios pequeño y limitado, cuyo amor no es lo suficientemente grande ni poderoso para salvar a aquél que ha pecado, y eso es imposible.

La prueba más palpable del perdón divino, la más grande de todas, es la maravillosa Ley de la reencarnación, la cual da al espíritu la oportunidad de regresar cuantas veces sea necesario, para que pueda saldar y restituir todo el fardo de faltas que ha ido acumulando en su azarosa existencia, y así ir avanzando en el camino de su evolución y regeneración espiritual.

Esto último es importarte tenerlo muy claro, porque no dudamos que haya muchos que al leer esta página piensen que si verdaderamente Dios lo perdona todo, no importa el mal que hagamos si siempre vamos a ser perdonados; así también, sabemos que hay otros que piensan que bastará arrepentirse a la última hora para alcanzar el perdón divino y ser eximidos de toda culpa.

Esto es un error; porque así como existe el perdón divino, también existe la justicia divina, y esa es inexorable.

Es decir, que el hecho de que seamos perdonados infinitamente, no nos libera de la responsabilidad que tenemos con nuestros hermanos, de restituirles en bien y en amor, todo el mal que les hemos causado en el camino; y que además mientras más errores acumulemos, más difícil será saldar cuentas, el sufrimiento será cada vez mayor, y la restitución más dolorosa.

Dice nuestro Padre:

«…Debéis comprender que mi perdón no os evita las consecuencias de vuestras faltas, porque los errores son vuestros, no Míos.

Mi perdón os estimula, os consuela, porque al fin vendréis a Mí y Yo os recibiré con el amor de siempre; pero mientras no me busquéis por los caminos del bien, del amor y de la paz, ya lo sabéis y no debéis olvidarlo: El mal que hagáis o que penséis hacer, lo recibiréis devuelto con creces». Tercer Testamento. Enseñanza 17:44.

Bien, ya hablamos de aquellos que por las faltas cometidas necesitan ser perdonados; ¿y que hay de aquellos que por las ofensas recibidas necesitan otorgar el perdón? Nuestro Padre, al hablarnos de ellos nos ha dicho que los podría dividir en tres grupos: El primero, está formado por los que habiendo recibido una ofensa, no sabiéndose contener y olvidando las enseñanzas divinas, se han ofuscado y se han vengado devolviendo golpe por golpe; este grupo es el que se ha dejado vencer por la tentación, y es esclavo de sus pasiones.

El segundo grupo, es el formado por los que una vez que han sido ofendidos, recordando el ejemplo del Divin Maestro, callan sus labios y contienen sus impulsos para luego decirle: «Señor, me han ofendido, pero antes que vengarme he perdonado».

Mas en el fondo de su corazón guardan un rencor callado y el deseo de que Dios los vengue de sus ofensores descargando sobre ellos toda su justicia; este grupo está en plena lucha.

El tercer grupo, el más reducido, es el de aquellos que imitando a Jesús, cuando han sido ofendidos se elevan hacia el Padre llenos de piedad por sus hermanos, para decirle: «Señor, perdónales, porque no saben lo que hacen»; y aunque han sido heridos, en su oración piden caridad para sus ofensores, porque saben que en realidad se han herido a sí mismos, y les desean sólo el bien; este grupo, dice nuestro Padre que es el que ha vencido en la prueba.

¿A qué grupo pertenece cada uno de nosotros? ¿Somos de los que devuelven ofensa por ofensa, golpe por golpe?; ¿de los que sin devolver la ofensa en silencio esperan ser vengados?; ¿o somos los que poniendo la otra mejilla piden al Padre luz para aquellos que los han ofendido? Eso, cada quién lo lleva en su interior, y la única forma de saberlo, es enfrenténdose a la luz de la conciencia.

Lo que sí sabemos aquellos que hemos tenido el privilegio de conocer esta Enseñanza divina, es que el perdón no nace del olvido, porque si olvidáramos las ofensas de nuestros hermanos ¿de qué tendríamos que perdonarlos? Para perdonar y pedir perdón, es indispensable ponerse en el lugar del otro, porque mientras no sintamos de cerca a nuestros hermanos, no comprenderemos las causas del ofensor, ni sentiremos el dolor del ofendido; es además necesario luchar contra nuestra propia soberbia, porque mientras no la venzamos, seguiremos interponiendo las bajas pasiones que nos impiden conocer la verdad, sobre el amor verdadero que es la fuente del perdón.

Aquél que habiendo sido ofendido no acepta la petición de perdón de su hermano, está siendo tan culpable y tan pecador como el que lo ofendió.

La práctica del perdón deja a su paso frutos de indescriptible dulzura; nos reconcilia, nos hace libres, nos resucita y nos salva.

El Secreto de la Paz Espiritual


A todos los hombres les he señalado el camino para que encuentren la paz, les he señalado la senda para que me encuentren en toda mi verdad.

¡Ah, humanidad! que me tenéis tan cerca y no me sentís.

Os he dado el secreto de la paz que es el amor de los unos a los otros.

El tesoro de la paz espiritual

Llegará la hora en que la paz sea tan grandemente deseada por los hombres, que la buscarán por todos los medios: en las religiones, en la ciencia y en las doctrinas, los creyentes y los que se dicen ateos y librepensadores, todos irán a un mismo punto en busca de esa paz, y cuando la encuentren, será porque se hallarán frente a Mí.

Quien logra cumplir sus pruebas con elevación, experimenta paz en ese cumplimiento.

Aquél que camina con la vista puesta en el Cielo, no tropieza ni se lastima con los cardos del sendero de la restitución espiritual.

Convertíos en ángeles de la paz ; dejad caer como un rocío de vuestro espíritu la paz, que es fruto del amor, sobre todo el Universo.

Los tres pasos para obtener la paz espiritual.

1 Sed sencillos como palomas.

Si los hombres desde un principio y a través de todas las edades hubiesen reconocido que el perfeccionamiento del espíritu constituiría su finalidad, otra hubiese sido su existencia y otras sus obras.

Si el espíritu no desarrolla sus potencias ni emplea las virtudes que en él existen, no podrá haber paz en su vida, ni amor ni sentimientos de verdadera caridad.

Si vuestra existencia en la Tierra fuera más sencilla, también la lucha sería menor.

2 Sed hombres de buena voluntad.

¿Recordáis aquellas palabras:»Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad»? Pues Yo os digo que con un poco de buena voluntad lograréis alcanzar la paz, aun en los momentos más difíciles.

3 No dejéis de practicar la oración

Aun cuando sea tan breve que sólo dure cinco minutos, para que en ella sepáis hacer un buen examen con la luz de la conciencia, a fin de que observéis vuestras obras y sepáis lo que tenéis que corregiros.

El que diariamente se examina, tendrá que mejorar su manera de pensar, de vivir, de hablar y de sentir.

¡Oh, amados! Id por los caminos, penetrad en los hogares y haced la paz por doquiera. Llevad la sonrisa en los labios, la alegría en el corazón y la paz en el espíritu.

El Temor a la Muerte

En muchas ocasiones, hemos podido notar el temor que existe en el mundo con respecto a la muerte; pero, ¿de dónde nace ese temor? Después de platicar con muchas personas sobre el tema, nos hemos dado cuenta de que básicamente nace de la ignorancia, es decir, de la falta de conocimiento acerca de ella, y esta falta de conocimiento lleva a mucha gente a ver a la muerte como el final, como la consumación de todo, como el dejar de ser o de existir; para otros la muerte significa el paso hacia lo desconocido, el miedo al juicio y al momento de saldar cuentas; otros la ven como la pérdida de todos aquellos seres que aman; muchos se niegan a alejarse del mundo, de sus riquezas y placeres; a otros les llena de temor el pensar en que llegue la hora marcada, sin haber terminado aquello que debieron hacer en su vida; y otros más (los menos), la ven como el fin de los problemas o las pruebas, y ansían llegar a ella pensando que después de la muerte podrán descansar por siempre.

Para poder entender que todas estas ideas están equivocadas, es necesario antes que nada, comprender dos cosas fundamentales: Una, que todo cuanto existe en nuestro universo material está formado de energía, y la energía no muere, simplemente se transforma; y dos, que habiendo brotado nuestro espíritu de un Padre Infinito y Eterno, como El, también los hijos somos infinitamente eternos.

¡Suena bien!, ¿no?. Mas ¿qué quiere decir todo esto?, muy sencillo, quiere decir que la muerte no existe.

Nuestro Padre nos ha revelado:

«Os dije en aquel tiempo que no temieseis a la muerte, porque ésta no existe; en mi creación todo vive, crece y se perfecciona.

La muerte corporal es sólo el fin de una etapa que atraviesa el espíritu, para volver a su original estado y seguir después su camino de evolución.» Tercer Testamento. E 285:74

Habrá muchos que estén leyendo esta página, que pensarán en algún momento: -Si la muerte no existe, ¿cómo es que Dios en su Ley nos ha dicho: «No matarás»?-. ¡Buena pregunta! Y para responderla, volvemos como en muchas ocasiones a recordar que para comprender la palabra divina hay que elevar el pensamiento, y remontar el espíritu por encima de las ideas materiales para así alcanzar los cielos del conocimiento.

Entonces analicemos… Si la Ley fue creada para el espíritu, y el espíritu no muere, ¿a qué se refiere Dios cuando dice: «No matarás»? ¿Es acaso que existe otra forma de quitar la vida diferente a la que nosotros conocemos? En efecto, lo que nuestro Padre Eterno llama muerte, es a ese estado de postración, ese estado de aletargamiento en que cae el espíritu cuando no se le da el alimento que necesita para fortalecerse y manifestarse, la muerte para el espíritu es todo aquello que frena su desarrollo, su evolución.

El arma homicida, por ejemplo, es solamente el medio para manifestar lo que verdaderamente daña al espíritu, que es la falta de amor de aquellos que crean las armas o hacen uso de ellas. Existen otro tipo de armas que son sutiles, pero igualmente dañinas; nuestra lengua, por ejemplo, es un arma con la cual podemos matar si la utilizamos para dañar la reputación de nuestros hermanos; nuestros celos, nuestros odios, en fin, todas nuestras bajas pasiones, son aquellas armas que oscurecen al espíritu y lo confunden sumiéndolo en esa «muerte» aparente de la cual sólo podrá levantarse a través del bien, del amor, del desarrollo de los dones, del reconocimiento de las faltas cometidas y el firme propósito de enmendarlas.

Dice nuestro Padre:

«¿Cuándo llegaréis a alcanzar la paz del espíritu, si ni siquiera habéis conseguido obtener la paz del corazón? Yo os digo, que mientras la última arma homicida no haya sido destruida, no habrá paz entre los hombres.

Armas homicidas son todas aquellas con las cuales los hombres se quitan la vida, matan la moral, se privan de la libertad, se quitan la salud, se arrebatan la tranquilidad o se destruyen la fe.» Tercer Testamento. E 119:53

¿Cómo vencer entonces a la muerte? ¡Dando vida!. En la medida en que logremos el dominio de nuestras bajas pasiones, en que estudiemos, analicemos y vivamos las Enseñanzas divinas, en que nos preocupemos por el desarrollo de todos nuestros dones y pongamos en práctica «amarnos los unos a los otros», en esa medida iremos dando vida a nuestro espíritu y comprendiendo que lo que conocemos como muerte, no es mas que el final de una etapa para el espíritu y el principio de otra.

¡Que no constituya lo que llamamos muerte material una obsesión para nosotros! Más bien preocupémonos por vivir, por lograr una armonía entre nuestro espíritu y materia, por vivir bajo las Leyes de amor que Dios nos ha dictado, para que cuando llegue el momento de dejar nuestro cuerpo, lo hagamos con la alegría de saber que cumplimos con la misión que trajimos a esta vida, y que estamos listos para comenzar lo que viene; ya sea el reconocimiento de nuestras faltas y la oportunidad de repararlas, la aceptación de nuevas misiones, el conocimiento de nuevos espacios en donde nuestro espíritu siga su camino de evolución… en fin… ¡la vida sigue!

«Yo os dije en aquel tiempo, que nada en Mi obra se perdería; os dije
también que no se perdería ninguno de mis pequeños y además os revelé la
inmortalidad del espíritu diciéndoos : Yo soy la vida, quien crea en Mí, no
morirá jamás». Tercer Testamento. E 186:21 (Juan 11:26).

El Verdadero Culto


«La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren».

«Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren».

Juan 4:23,24

El culto a la Divinidad en el principio

No estáis entonces más adelantados que los hombres primitivos, que supieron descubrir en cada elemento y en cada maravilla de la Naturaleza la obra de un Ser Divino, superior, sabio, justo y poderoso, al que atribuyeron todo bien, todo lo existente, y por eso lo adoraron.

A través de una inteligencia naciente trataban de comprender lo que sus sentidos corporales recibían. ¿Qué culto perfecto podían ofrecerme? ¿Qué comprensión plena podían tener de la verdad? Sin embargo, su asombro, su fe y su culto eran recibidos por Mí como las primicias de un extenso campo que mi Espíritu habría de cultivar a través de los tiempos.

Desde entonces hasta ahora, ¡cuántas revelaciones le ha confiado mi amor! Sin embargo, cuando estos hombres debieran haber alcanzado la cumbre de la comprensión y cuando su culto debiera ser perfecto, es cuando su ciencia egoísta, soberbia e inhumana, se ha levantado para negarme; y en cuanto a los cultos que existen, viven en el letargo de la rutina y de las tradiciones.

El culto verdadero es en el espíritu

Hoy vengo a derramar mi Espíritu entre vosotros, para que aprendáis a rendirme culto espiritual y sencillo, libre de materialismo, de tradiciones y fanatismo.

Vosotros, que habéis derribado los falsos dioses que en tiempos pasados adorasteis, sabréis penetrar en este santuario que ahora estoy cincelando con mi palabra en vuestro espíritu.

Respeto y tolerancia hacia las creencias ajenas

Hoy, si sabéis de alguno que no piensa ni practica su culto como lo hacen las mayorías, si bien os extrañáis y escandalizáis, ya no clamáis porque lo quemen vivo.

La Humanidad es esclava de sectas y cultos absurdos, de vicios y profanaciones; por eso os miráis los unos a los otros como enemigos, porque sois intolerantes con vuestros semejantes.

Pero vuelvo a deciros que ningún hombre tiene potestad para menospreciar o burlarse de las creencias espirituales de sus hermanos.

Un solo Dios, un solo culto

Entrad en el silencio y escuchadme, caminantes de muchos senderos que lleváis el polvo de diversos caminos, dejad que sea Yo la luz en vuestro destino.

Todas las religiones desaparecerán y sólo quedará brillando dentro y fuera del hombre la luz del Templo de Dios, en el cual rendiréis todos un solo culto de obediencia, de amor, de fe y buena voluntad.

He visto que vuestras religiones no tienen la fuerza necesaria para contener vuestras maldades, ni la suficiente luz para tocar las conciencias e iluminar vuestra razón. Es que se han alejado de la esencia de mi Doctrina que es sólo para el espíritu.

El culto perfecto

Mi camino queda trazado en vuestra conciencia. Pronto no tendréis pastor alguno sobre la Tierra, ni ministros que celebren ritos delante de vuestros ojos, ni recintos que simbolicen el templo universal de Dios.

Tendréis por templo al Universo, delante de vuestro espíritu al Señor, al Maestro, a vuestro dulce Cristo, lleno de sabiduría y de amor, presto siempre a escucharos. No tendréis otro altar que vuestro corazón, ni otro guía que vuestra propia conciencia.

Estas lecciones os han sido reveladas y han tomado forma en vuestro espíritu. Ya no podréis perderos del sendero, porque bien lo habéis mirado.

Cuando el mundo os contemple caminar sin dioses materiales, sin ritos y sin pastores, se asombrará, os juzgará, y lo que podrá a ellos dar testimonio de mi verdad, de que no vais solos, serán vuestras obras, vuestra virtud, vuestra vida; porque mi Obra no sólo la vais a extender con el instrumento de vuestros labios, debéis vivirla, porque un acto de vuestra vida vale más que mil de vuestras palabras, por convincentes que sean. Amor, mansedumbre, humildad, sacrificio, y de este modo el mundo me reconocerá en vosotros.

Así pueblo, así discípulos, quiero llevaros a la perfección; así quiero que lleguéis a esa gran ciudad que preparada se encuentra desde la eternidad, para que seáis los moradores, los habitantes eternos en esa paz y en esa perfección.

Elías, el Carro de Fuego

«…he aquí que apareció ante ellos un carro de fuego con caballos de fuego…y Elías subió al cielo en un torbellino» 2 Reyes 2:11

¿Quién es Elías?

Indudablemente, Elías de Tesbe es uno de los personajes más fascinantes de la Biblia. Irrumpe inesperadamente en el Libro 1 de Reyes sin que sus padres sean mencionados y pareciera no haber recuento de su niñez.

Pero la importancia de su papel es fundamental: es el precursor, señalado con toda claridad en el Libro de Malaquías como el profeta que había de preceder al Mesías tanto en Su primera venida como en el tiempo de su Advenimiento en el tiempo final, en este Tercer Tiempo.

De que Elías dejó una huella imborrable en todos los pueblos de la antigüedad, lo sugiere el hecho de que el símbolo del carro de fuego, el sol que parece estar en llamas, aparezca en la mitología de diversas culturas, como sucede, por citar un ejemplo, en el mito griego de Helios.

En el Evangelio de Mateo, Jesús les revela a Sus discípulos que aquel Elías que había de venir, conforme a la profecía de Malaquías, para ese momento ya había llegado, y los discípulos comprendieron que les hablaba de Juan el Bautista. En Lucas 1:17, el ángel que se presenta ante Zacarías para anunciarle que, pese a la edad avanzada de él y su esposa, habría de serle concedido un hijo por Dios, le dice, contundente: «…porque ira delante de él (Dios) con el espíritu y el poder de Elías…» Revisemos lo que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, revela a este respecto en Lucas 1:76 cuando dice: «…y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor para preparar Sus caminos», en clara alusión al pasaje de Malaquías.

Pero no es eso todo: Más adelante, en Lucas 1:78, Zacarías dice: «…Nos visitó desde lo alto la aurora«…

La asociación simbólica de Elías con el sol, el carro de fuego, aparece también en Apocalipsis 7:2 en el pasaje relativo a la apertura del  Sexto Sello cuando el profeta Juan ve a «…otro ángel que subía de donde sale el sol…

¿Coincidencia?
Tal vez no.

Algunos teólogos discrepan de este análisis de los textos, aduciendo el pasaje donde Juan el Bautista es interrogado por sacerdotes y levitas (en ese tiempo, los sacerdotes eran de la familia de los saduceos) y al preguntarle éstos si es él Elías, el profeta, les contesta: «No soy» (Juan 1:21). Y ¡claro! ¿Qué otra cosa podía haberles contestado? Él era en ese momento Juan el Bautista, pero llevaba en sí el espíritu y la potestad de Elías, como se lo revela Jesús a los apóstoles posteriormente. Para comprender bien ésto, hay que recordar el pasaje de Isaías 62:2 donde dice: «…y se te impondrá un nuevo nombre, que pronunciará el Señor Jehová de su propia boca…» Si aquellos hombres le hubieran preguntado «¿Llevas en tí el espíritu de Elías?», ciertamente habrían obtenido una respuesta positiva, respuesta que otro evangelista, Marcos, pone en labios del Divino Maestro: «…Yo os digo: Elías ya vino y le hicieron todo lo que quisieron» y Mateo 11:14 lo confirma: «…él es aquel Elías que había de venir».

 

Y un comentario final: Aparte de la evidente discrepancia entre la afirmación de Juan y lo dicho por Jesús (al interpretarse las cosas como aducen los teólogos antireencarnacionistas necesariamente uno de los dos estaría diciendo mentira) es necesario percatarse que si los teólogos cristianos a partir de Jerónimo tuvieran razón -los Padres de la Iglesia pensaban muy diferente (Ver los comentarios de Orígenes)- y no existiera la reencarnación, entonces inadvertidamente darían la razón a los teólogos judíos que continúan esperando, 2000 años después, la llegada de Elías y con él, la del Mesías prometido de Israel. Porque si Elías no regresó en Juan el Bautista, entonces Jesús no pudo haber sido el Mesías, ya que estaba profetizado que Elías iba a venir antes. Absurdo ¿no?



Las citas bíblicas están tomadas
textualmente de la versión española de Casiodoro de Reina
y Cipriano de Valera