NOTA INICIAL: La siguiente Enseñanza explicando el Apocalipsis fue entregada por el Padre antes de 1950 e incluye los párrafos iniciales de la primera Cátedra encontrada en el Tomo I del Libro de la Vida Verdadera.
Desde el principio de los tiempos, Yo, como Padre, inspiré al hombre la práctica del bien. Mas los hombres se apartaban de los mandatos divinos cayendo en idolatría y en actos abominables ante Mí. Vencían los fuertes, caían los débiles y el varón tomaba a la mujer como esclava. Fue necesario entregar a Moisés en el Monte Sinaí los mandamientos de la Ley divina. En esa Ley estaban las normas y preceptos que deberían regir al pueblo de Israel. A esos mandamientos divinos Moisés añadió las ordenanzas y reglas que juzgó necesarias para apartar a Israel de los malos hábitos y pecados adquiridos en el tiempo de su esclavitud en Egipto, y en esas ordenanzas se les decía: El que diere muerte, lleve sobre sí la misma sentencia. El que hurtare, restituya a su hermano. El que hiciere mal, ojo por ojo y diente por diente pagará.
Moisés sabía que los malvados y disolutos de ese Primer Tiempo no hubieran entendido de otra manera la importancia de la obediencia a los mandatos y preceptos divinos.
Llegó el Segundo Tiempo y vine como Cristo en Jesús a morar con vosotros y en mi palabra os dije: «Aquel a quien hirieren en la mejilla derecha, muestre la izquierda. Perdonad a vuestros enemigos y amaos los unos a los otros».
Y en el Tercer Tiempo, en el que os encontráis, he venido a deciros: Si el asesino de vuestro padre perseguido por la justicia humana, llamare a vuestra puerta implorando ayuda, ¿qué haríais? Protegerle. Si así lo hiciereis, demostraréis haber alcanzado la evolución espiritual, que os permite cumplir con la Ley Divina de vuestro Padre Celestial que os manda: Amaos los unos a los otros; resucitad a los espíritus que han muerto a la vida de la gracia, porque todo espíritu será salvo.
Hoy vengo a hablar a vuestro espíritu y a revelaros el contenido de los Siete Sellos, el Libro de vuestra historia, de la Profecía, de la Revelación y la Justicia.
Soy Yo quien ha venido a deciros que hoy vivís en el tiempo perteneciente al Sexto Sello.
El año 1866 marca el principio de este tiempo de luz. Yo envié a Elías para que descorriese el velo del misterio e iniciase el tiempo de mi comunicación como Espíritu Santo entre la Humanidad.
Elías iluminó a un varón destinado por Mí para que fuese el precursor. Aquel escogido, llamado Roque Rojas, fue quien escuchó de Espíritu a espíritu la voz del Profeta que le ordenaba en mi nombre llamar y reunir a sus hermanos, porque una revelación divina estaba a punto de iluminar los destinos de la Humanidad. Roque Rojas, manso y humilde como un cordero, obedeció la voz espiritual, respondiendo: «Hágase en mí la voluntad de mi Señor».
Roque Rojas reunió a un grupo de hombres y mujeres de fe y buena voluntad, y allí, en el seno de sus primeras reuniones, Elías se manifestó a través del entendimiento del Enviado, diciendo: -Yo soy Elías el Profeta, el de la transfiguración en el Monte Tabor-, y dio las primeras instrucciones a los primeros discípulos, al mismo tiempo que les anunciaba la Era de la Espiritualidad y les profetizaba que pronto llegaría el Rayo del Divino Maestro a comunicarse con Su pueblo.
Un día en que el humilde recinto de Roque Rojas se encontraba pletórico de adeptos que confiaban en la palabra de aquel varón, descendió Elías a iluminar la mente de su portavoz, e inspirado por Mí, ungió a siete de aquellos creyentes a quienes les dio la representación o el simbolismo de los Siete Sellos.
Más tarde, cuando llegó el instante prometido de mi comunicación, encontré que de aquellos siete escogidos, sólo uno velaba en espera de la llegada del Casto Esposo y ese corazón era el de Damiana Oviedo, la doncella cuyo entendimiento fue el primero en recibir la luz del Rayo divino como premio a su perseverancia y a su preparación.
Damiana Oviedo representaba el Sexto Sello. Fue una prueba más de que la luz del Sexto Sello es la que ilumina esta Era.
En el Segundo Tiempo encontré regazo de mujer, regazo materno, y en este tiempo también descansé en el corazón limpio y puro de Damiana Oviedo. Su regazo de doncella fue maternal para el pueblo de Israel, y por su conducto preparé a los guías, a los portavoces y a los labriegos. La dejé llegar a los umbrales de la ancianidad y le dije: «Vos, que os habéis levantado como fuente de amor y habéis dejado encendida en los corazones una antorcha de fe, descansad». Ella me pidió venir en espíritu a trabajar porque fue celosa de mi Ley, y no quiso que ésta fuese mancillada, y Yo se lo concedí.
Lo que en los tiempos pasados conocisteis solamente a través de símbolos, hoy lo conoceréis profundamente con la claridad del dia.
Yo os hablé como Maestro en sentido figurado; tomé para mis parábolas las cosas familiares, las cosas que diariamente vuestros ojos contemplan, pues como todas las cosas llevan en sí esencia y significan cosas espirituales, me era fácil tomarlas para hablaros de lo eterno.
Tomando las cosas pasajeras os hablaba de lo que nunca muere; tomando como ejemplo lo material os hablaba de las cosas del espíritu.
Si en un principio no fui bien comprendido, si solamente algunos de los que muy cerca de Mí se encontraban podían interpretar mis palabras y mis enseñanzas, después la Humanidad, cuando despertó para mi enseñanza, cuando abrazó mi Doctrina, llena de fe supo leer, supo comprender y sentir las enseñanzas de Cristo a través de Jesús.
Pero algunas cosas se encontraban veladas por un misterio, siendo que Yo no soy un secreto para nadie; el secreto y el misterio son hijos de vuestra ignorancia. Ni los mismos teólogos, ni los grandes filósofos acertaban a penetrar hasta la profunda verdad de aquellas cosas, mas los tiempos pasaron, y es llegado para vosotros el tiempo del esclarecimiento, el tiempo en que los velos se descorren y los misterios se aclaran, en que el sentido figurado se torna en real y comprensible.
De cierto os digo que muchas cosas que dije a través de mis profetas y de mis apóstoles, ni ellos mismos conocieron su sentido, porque no era su boca la que hablaba sino el Verbo divino.
Los profetas vieron tronos semejantes a los de los reyes de la Tierra, libros, seres con forma humana; palacios con cortinajes, candelabros, el cordero y muchas figuras más. Pero ahora debéis comprender que todo ello sólo encerraba un significado, un símbolo, un sentido figurado de lo divino, una revelación que tuvo que ser expresada a vosotros bajo una forma alegórica, ya que no os encontrabais capacitados para comprender otra más elevada.
Todo cuanto os enseño en este tiempo y cuanto acontece en el mundo, es la explicación y el cumplimiento de la revelación que por conducto de mi apóstol Juan hice a la Humanidad, cuando habitando mi discípulo en la Isla de Patmos le llevé en espíritu a las alturas, al plano divino, a lo insondable, para mostrarle por medio de símbolos el principio y el final, el Alfa y la Omega, y vio los acontecimientos que fueron, los que eran y los que habrían de ser.
Para que Juan pudiese revelar la existencia de tales cosas a los hombres, fue menester que el Padre hiciese el llamado al espíritu del profeta hacia el Más Allá para manifestar delante de aquellos ojos atónitos, absortos, el contenido del libro misterioso, del Gran Libro de la Vida.
Fue necesario también que el Padre limitase las profundas cosas espirituales, las grandes cosas de la Divinidad en figura simbólicas, en figuras alegóricas de gran contenido, de profunda significación, para que el profeta, volviendo de su éxtasis a la Tierra, escribiese y diese testimonio a los hombres de lo que había visto y oído en el Más Allá, y Juan, como discípulo obediente, así lo hizo y así testificó entre la Humanidad.
Nada comprendió por el momento, mas mi voz le dijo: «Lo que vieres y oyeres, escríbelo» y él escribió, y su testimonio no ha sido interpretado bien por los hombres: la esencia de su contenido no ha sido encontrada todavía por la Humanidad, y en verdad el Padre os dice: Los hombres no han descubierto el significado de aquella profecía y, sin embargo, su sentido real lo están viviendo día a día.
Aquella revelación que le confié a Juan, mi apóstol, vidente del Segundo Tiempo, no le habéis dado toda la importancia que tiene. La Humanidad ha posado sus ojos sobre aquel testimonio y de él nada ha entendido.
Cierto es que la Humanidad conoce aquella profecía mas no la siente en su espíritu. Hay quienes solamente aciertan a sentir temor sin alcanzar a comprender todo el contenido de la gran revelación concedida por Dios al profeta, y aquella gran revelación es una gracia que el Padre quiso que los hijos alcanzaran por el infinito amor que les tiene, para que las cosas que eran solamente del conocimiento de Dios, pasaran a ser también del conocimiento de los hombres.
Por eso, a través de aquel profeta os revelé la existencia del Libro de los Siete Sellos, libro que no fue desatado en esta nación mexicana como muchos de vosotros creéis, porque ese libro no pertenece a una nación ni a determinado número de escogidos, ni está sujeto a un tiempo. Es la misma eternidad, es el destino de todos los espíritus encarnados en humanos, es la historia, el trayecto del espíritu del hombre de principio a fin, con su lucha, sus goces, sus pruebas y sufrimientos, sus aciertos y sus yerros, su pecado y su arrepentimiento, su tiniebla y su luz y su redención final.
Vuestro espíritu ha escrito su historia y su jornada en ese libro de los Siete Sellos, ahí están anotados por Mí todos vuestros actos, cada uno de vuestros pasos, pensamientos y palabras. Los grandes hechos de vuestro espíritu, las grandes vicisitudes y jornadas, sus grandes pruebas, sus cálices de amargura, todo está escrito ahí en verdad.
Mucho ha vivido vuestro espíritu, pero vuestra carne no lo sabe. Si vuestra materia ha olvidado los primeros pasos de vuestra infancia, ¿cómo ha de conocer la evolución de vuestro espíritu a través de su larga jornada? ¡Cuán poco ha podido revelar el espíritu a su materia! y no os lo he concedido por vuestra falta de evolución.
Hoy de lleno el hombre está viviendo la profecía de aquella revelación que vosotros conocéis por Apocalipsis o Revelación de Juan; en verdad, tiempos vendrán en que la Humanidad, interesada en las grandes revelaciones, analice, comprenda y sienta en verdad todo cuanto Yo allí os revelo, os descubro y os digo.
Por eso Juan contempló, a similitud de Daniel mi profeta en Babilonia, a un hombre con aspecto de anciano sentado en un trono, que no era otra cosa que vuestro propio Señor y Su poder, lo cual fue una alegoría porque Dios no es un anciano porque está fuera del tiempo, ni tiene forma de hombre, ni está en un trono como los reyes de la Tierra.
Juan contempló enfrente de Él siete espíritus, y no os confundáis si os digo que significaban siete esencias inmanentes de Dios, porque Dios es el Increado, la fuente suprema e infinita de virtudes y atributos; toda virtud, toda potencia y atributo del Señor es vida y es espíritu y con esas potencias, atributos o virtudes le he dado vida a todo. De ello todo lo he infundido y saturado de mi propia vida, y llenos de mi propio Espíritu el Universo y toda la Creación están.
Y esos siete espíritus son siete de las grandes virtudes con que he revestido y engalanado a todos los espíritus, para que en el trayecto de su vida se comportasen como seres semejantes al que les creó.
Mi profeta vio también siete lámparas con la flama que alumbra en verdad los Siete Sellos del gran Libro, porque son también la alegoría de esos mismos siete espíritus simbólicos de Dios, las siete virtudes que han iluminado la senda de todos los espíritus al través del tiempo.
Juan, en su retiro solitario penetró espiritualmente en el Más Allá, y al contemplar los grandes misterios del Señor encerrados en símbolos, allí contempló también la figura de María.
En esa gran revelación confiada por el Padre a Juan para los hombres de las eras venideras, él, después de una gran señal, contempló a una mujer vestida de sol y la luna debajo de sus pies, y una corona formada sobre su sien por doce estrellas.
Aquella mujer sentía dolores de parto y cuando aquel dolor era más intenso, vio Juan a la maldad en forma de dragón acechándola, esperando solamente el nacimiento del hijo para devorarlo.
Y el Maestro os dice: Si esa revelación, dada por el Padre a Juan, hablaba de los tiempos venideros, Yo os digo: Mi profeta vio a María en el Tercer Tiempo, próxima a dar a luz al pueblo mariano y a la maldad acechando al pueblo del Señor.
Juan contempló también que en el instante del nacimiento, se entablaba una gran batalla de ángeles contra el dragón, el que simbolizaba la fuerza del mal, una batalla que es la que ahora tenéis, porque el pueblo mariano ha nacido, ya ha surgido sobre el haz de la Tierra y hoy se encuentra recibiendo su escudo y su espada de amor para penetrar en la gran batalla final, mas es necesario que veáis que el enemigo más poderoso lo lleváis en vosotros mismos. Cuando lo hayáis vencido, triunfando sobre la fuerza de la maldad que os inspira el egoísmo, veréis bajo vuestros pies al dragón de siete cabezas del que os habló Juan. Eso significa esta revelación, ¡oh pueblo amado!
Y el profeta contempló además, en verdad os digo, que después de ser atada y arrojada al fuego la fuerza del mal, surgía el espíritu de tentación en forma de bestia y el Padre os dice: ¿Cuál es la morada de la bestia? Es el abismo de donde surge para apartar de mi senda a mis hijos, para empañar las virtudes que son las luces con que Yo he iluminado a vuestro propio espíritu y atraerlo hacia él y retardar vuestra llegada; pero ese abismo, os digo, no está en la Tierra ni está en el Más Allá: ese abismo está en el corazón de los hombres; allí ha encontrado su propio abismo la bestia del mal, allí ha encontrado su antro; desde lo profundo del corazón de los hombres surge, se manifesta para hacer que los unos se devoren a los otros, para despertar sed de sangre y de odio entre los hermanos, para hacer que pueblos devoren pueblos. Es, como el dragón de maldad que le dio origen, bestia insaciable de vidas, de sangre, de paz, de armonía, de fraternidad y de espíritualidad y es quien ha inspirado a los hombres siete armas que se oponen a las siete virtudes, siete pecados que son los que han hecho caer a los hombres en los profundos abismos de la degeneración.
Comprended entonces que el dragón de la revelación simboliza la fuerza del mal colectivo, creado por el mal de siglos y siglos de faltas y desobediencias a la Ley divina de todas las generaciones humanas.
La bestia de la parábola simboliza el mal individual, ese egoísmo que se esconde en el corazón de cada ser humano. Y el poder de ambos, del dragón y la bestia, esas fuerzas del mal que invisibles flotan sobre la Humanidad, será vencido cuando os améis los unos a los otros.
Desde el principio de los tiempos de la Humanidad así ha sido hasta vuestros días, pero mi presencia nunca le ha faltado a ningún espíritu; la luz de Mi espada le ha iluminado y le ha libertado. Nunca he permitido que el último átomo de conciencia se pierda en ninguna criatura, para que por ese átomo pugne por su salvación, y en este tiempo de pasiones desencadenadas, de perversidad, de materialidad, de lujuria, de egoísmo y desenfreno de todos los pecados, la bestia, en verdad os digo, se ha enseñoreado y ha hecho trono en el corazón de los hombres.
La ciudad de Sodoma y la ciudad de Gomorra, las primeras grandes ciudades pecadoras entre la Humanidad, hoy resurgen, hoy las contemplan mis ojos justicieros nuevamente asentadas entre los hombres y su civilización materialista, y contemplo a todos los placeres y a todos los vicios rindiéndoles culto como solo puede rendírsele culto a un dios. Sí, el fuego, en verdad, fue el que exterminó a aquellas ciudades paganas y pecadoras. Ahora será nuevamente el fuego, mas ese fuego lo encenderá la propia mano del hombre, guiada por mi justicia perfecta. De estas nuevas Sodoma y Gomorra no quedará ni ceniza, os dice el Maestro, no quedarán vestigios.
Yo estoy penetrando por medio de los espíritus enviados por Mí entre los hombres, portadores de mis virtudes y mi protestad, de mi luz, hasta lo más profundo de las consciencias para que la Humanidad despierte.
Los unos, los seguidores de mi Doctrina, despertarán antes de la gran batalla y lucharán en su propio interior contra sí mismos, expulsando de su propio corazón a la bestia que duerme, la que se ha enseñoreado porque ya no necesita estar despierta para gobernar a los hombres, porque éstos son sus súbditos; pero ahí el espíritu humano de mis discípulos despertará para expulsarle, para levantarse y entonces decir: «¿En dónde están mis armas, en dónde mis potencias y virtudes con las cuales poder regenerarme, volver al camino y restituirme a la vida de la gracia?»
Y entonces, la conciencia iluminada por el Espíritu Divino le dirá a aquel que ha despertado: «Las armas están en tu mano, las virtudes están contigo, porque tu propio espíritu es virtud de Dios, es milagro, es parte de Él mismo.»
Vendrá la grande lucha contra el pecado, porque el fuego que ha de envolver en este tiempo a Sodoma y Gomorra, exterminándolo todo, una sola cosa dejará latente: La conciencia en el hombre; esa no podrá perecer, no morirá, y por esa conciencia los espíritus se levantarán, los espíritus despertarán a la verdad y comprenderán mi justicia.
Es menester que ese cáliz de amargura sea bebido hasta las heces, porque así se lo ha preparado para sí mismo el hombre al debilitar, al doblegarse delante de la tentación, al ceder su fuerza y su puesto a aquella otra fuerza maligna que le ha envenenado, a aquella que le ha seducido y engañado.
¿Por qué ha permitido todo eso el Padre? Para que vuestro espíritu tuviese desarrollo, tuviese evolución y me comprendiese por sí mismo, para que nunca pudiera reclamar al Padre la falta del libre albedrío, para que nunca se sintiera como un ser sujeto siempre a Su voluntad superior, incapaz de moverse por sí mismo, de pensar libremente, de moverse por sí solo o de crear.
Largo ha sido el tiempo de la caída del hombre, largo ha sido el tiempo enmedio de la eternidad, de las tinieblas que han envuelto a muchos espíritus. Mas ¿qué significa este que os parece largo tiempo comparado con la eternidad que no termina jamás?
Cuando este tiempo de luchas, de pasiones, de pecado, de incomprensión, de desobediencia y alejamiento del espíritu de las leyes divinas haya pasado, cuando distante quede, entonces todos elevaréis vuestra mirada al Padre dándole gracias por el don bendito de la libertad verdadera que el Padre os confió y que, si por un momento, por el mismo albedrío, llegasteis a ofender al Padre y hacer cosas ilícitas, por ese mismo libre albedrío pudisteis comprender y arrepentiros de vuestras faltas, regeneraros y hacer grandes obras meritorias para agradar al Padre y retornar al fin hacia Él, con el espíritu limpio y acrisolado por la virtud.
Mas si aquel vidente del Segundo Tiempo vio vuestras luchas, vuestras caídas, vuestras tribulaciones, vuestras ofensas, si él contempló en sentido figurado vuestras guerras, las grandes señales del espacio, las caídas de las grandes religiones, también él contempló el triunfo del bien, de las virtudes, el triunfo de Dios y de todos los espíritus.
Sabed que Juan testificó de los ancianos que en espíritu rodeaban al Padre y ¿quiénes son y qué representan esos ancianos? Son grandes espíritus, son siervos del Señor, son aquellos por quienes el Padre, desde el principio de los tiempos, lo gobierna, lo rige y lo mueve todo.
Si vosotros por las noches eleváis vuestra mirada cuando el cielo está limpio, descubrís en el firmamento millares y millares de astros que sumisamente, ordenadamente, ocupan su lugar. Si os profundizáis verdaderamente en esa ciencia, descubriréis que todos y cada uno de esos astros giran en torno de uno superior, de uno que lo rige todo con su fuerza, con su atracción, con su calor y su vida, y comprenderéis que después de ése hay, a su vez, unos más grandes y otros más pequeños pero todos tienen vida y todos tienen luz, y unos dan vida y dan orden a otros, porque en la creación divina no existe el vacío, y así como es en el orden material es también en el orden espíritual.
Las grandes legiones blancas de aquella profecía de Juan son los ejércitos de espíritus diseminados en todos los orbes para llevar a cabo las obras y mandatos del Señor. Unos son instrumentos de mi amor, otros son instrumentos de mi justicia, otros son mis siervos por quienes pruebo a los hombres; todos ellos son siervos celosos y obedientes a mi causa.
La Segunda Jerusalén que Juan contemplara simbolizada por la blanca ciudad, es en verdad, el Padre os dice, la redención del pueblo escogido del Señor, este pueblo que estoy reuniendo, este pueblo que estoy puliendo, que estoy regenerando con mi palabra a través del entendimiento humano en el Tercer Tiempo,
Este mi pueblo, el verdadero Israel, a pesar de su letargo me esperaba y esperaba, porque en su espíritu conservaba la impresión, el recuerdo de mi promesa, no porque existiesen en el mundo hombres que os estuviesen despertando de tiempo en tiempo, porque aquella profecía, en vez de ser puesta delante de los ojos de la Humanidad día tras día para que los hombres no cayesen en el profundo sueño, fue ocultada en el confin de la tierra, fue apartada del corazón del hombre y solamente vuestra intuición fue, Israel, la que os hizo esperar por su cumplimiento.
Este jirón de tierra, esta nación mexicana, tiene grande misión espíritual que cumplir entre la Humanidad, mas no por lo que ella es en sí, sino por lo que alberga en sus moradores, en quienes he depositado espíritus de luz que forman parte de aquella legión de los 144,000 marcados, porque en su seno habitan espíritus de Israel, del pueblo espiritul que en tres tiempos me ha sabido recibir y sentir y que ahora, en este Tercer Tiempo, sabrá levantarse para reconocer a sus hermanos, para borrar fronteras con su amor, para no mirar linajes ni castas, porque sus ojos mirarán con el amor universal con que Yo os estoy amando y os estoy doctrinando.
Sus doce puertas no serán puertas materiales como las de la primera Jerusalén; serán las puertas del mismo espíritu israelita, serán las puertas de las doce tribus que ahora me encuentro congregando para la redención de la Humanidad: esas puertas son las que Yo abro y son puertas de amor, puertas de paz.
La hospitalidad de vosotros, Israel, será espiritual y también material, y la buena voluntad de mi pueblo hará que la naturaleza sea pródiga y responda con abundancia y con bendiciones; y por un momento los hombres de los distintos pueblos de la Tierra, proscritos los unos de sus pueblos, los otros menesterosos, huérfanos muchos, otros sin esperanza ya, escucharán el nombre de este suelo como se escucha algo de fantasía; escucharán este nombre y la existencia de sus moradores como algo inalcanzable, y se levantarán con paso vacilante, pero con el corazón y el espíritu llenos de firmeza y de confianza en pos de los discípulos del Espiritu Santo, como cuando vosotros salisteis de Egipto en aquel Primer Tiempo, llenos de esperanza en la Tierra de Promisión.
Así muchos se levantarán, pero cuando el Maestro os dice: Si váis a estar preparados vosotros como moradores, ¿cúando váis a hacer que vuestra morada se encuentre engalanada y dispuesta para ese gran destino que Yo os he confiado?
¿Cuándo váis a hacer vosotros que vuestras puertas de paz y de amor se abran plenamente, sin que vuestro corazón juzgue ni distinga entre nacionalidades, ni doctrinas, ni religiones, ni clases o razas? ¿Cúando vosotros váis a aprender a compartir de vuestro pan, de vuestros dones, de vuestra luz?
Y os digo aún más: ¿Quién de vosotros conoce su hora? ¿Quién de vosotros sabe el momento en que le he de llamar? ¿Existe acaso determinada edad o determinado momento conocido por el hombre para que la muerte de él llegue? No existen edades para ello, lo mismo puede ser un instante que otro.
Por eso, vivid en paz con Dios y con el mundo, vivid en paz con vuestra carne y con vuestro espíritu. Tened siempre ordenadas todas vuestras cosas, para que cuando Yo os llame no dejéis nada pendiente en este mundo, no llevéis arrepentimiento ni llevéis congojas hacia el Más Allá. Que vuestra partida sea plácida, que vuestros ultimos instantes sean una bendición para los vuestros y una entrega espiritual hacia vuestro Padre.
Mas no porque os aconseje esto quiero que vayáis por la vida llevando la idea de la muerte. ¡Vivid la vida, vividla intensamente, no fríamente! ¡Sabed vivir sus goces y entregaos también a vuestros deberes, cumplid con vuestras obligaciones! Vivid en armonía con vuestras fuerzas materiales y espirituales, haced que exista el balance y el equilibrio en vuestra vida. ¡Amaos los unos a los otros!
Os dice el Maestro: Dad al César lo que es del César cumpliendo con vuestros gobernantes, respetando a vuestros mayores, honrando a vuestros padres, dando buen ejemplo a vuestros hijos y amándose los hermanos por la sangre y hermanos por el espíritu, respetando y amando a los demás pueblos de la Tierra, impartiendo la caridad en lo material y en lo espiritual, ayudándoos y siendo báculo de los unos para los otros en las distintas vicisitudes y dificultades de vuestra vida terrestre, multiplicando vuestra especie, pero multiplicándola también en amor, en buenos hábitos y en buen cumplimiento de todos vuestros deberes.
Habéis descubierto que no hay mejor bálsamo que el del arrepentimiento. ¿Qué es lo que ese bálsamo cura? El dolor, la enfermedad.
¿Qué origina la enfermedad? La falta de cumplimiento de las leyes. La falta de cumplimiento quiere decir desobediencia, y la consecuencia lógica de esa desobediencia es el dolor, pero entonces viene el arrepentimiento que lava la desobediencia, que impide nuevamente faltar y entonces la regeneración por el arrepentimiento trae consigo de nuevo la salud.
Sed médicos de vosotros mismos y de los demás, y estas cosas espirituales enseñadlas a todos, porque vosotros no sois más que nadie; todos tenéis los mismos dones, todos podéis escalar por la misma escala de perfección hacia Mí.
¡Velad y orad, pueblo! Abrid vuestros ojos para que plenamente os deis cuenta del tiempo y del sitio en que moráis. Mirad que sois también moradores de la Sodoma y la Gomorra, de esas ciudades pecadoras que han invadido a todo el orbe; pero en medio de tanto pecado y de tanta prostitución, elevad vuestro espíritu sobre tanta miseria, y perdonaos los unos a los otros.
No dejéis que el pecado os contamine, luchad contra él incesantemente.
Sed vosotros, si queréis, de los primeros que expulséis o rechacéis a la bestia que ha invadido al corazón de toda la Humanidad, de esa bestia del mal, devoradora de hombres, de paz, de virtudes y de bien. Rechazadla, dadle fin, en verdad, os dice el Padre, para que así vuestra simiente vaya penetrando de corazón en corazón, para que este pueblo se vaya multiplicando en la paz y en el bien y después, como ejemplo, se levante entre los demás pueblos de la Tierra para que se levanten a la regeneración, a la paz y a la restauración y ellos, descubriendo que poseen armas con qué luchar, con qué combatir y derrotar a la bestia, se levanten contra ella y la venzan al fin, como contemplara el profeta en la videncia, que la bestia era simbólicamente primero atada y era muerta y arrojada en su propio abismo, en espíritu y en verdad.
Y entonces escucharéis el himno universal, el himno del amor y de la armonía, el himno que recreó el espíritu, el corazón y el oído de aquel buen profeta, de Juan, mi apósotol del Segundo Tiempo.
Cuando estéis vosotros cantando y oyendo ese gran himno, todos vosotros formaréis parte de las grandes legiones de espíritus limpios como el ampo de la nieve, seréis los moradores de la verdadera Jerusalén, símbolo de aquella ciudad que vio morir al Maestro en cuanto hombre, pero que después, por su virtud, por su regeneración le atrajo a sí misma, para que ese Maestro viniese a vivir en el corazón de Sus hijos por toda una eternidad.
Si pensáis que os he hablado de cosas extrañas, de cosas grandes, de cosas incomprensibles para vosotros, Yo os digo: Yo no soy un ser extraño, y si así erróneamente he sido visto por la Humanidad, quiero dejar de serlo para el hombre. Lo divino y lo espiritual no son cosas extrañas para el hombre, puesto que el hombre alberga un espíritu que ha sido antes morador del Más Allá.
Quiero que las cosas divinas y espirituales dejen también de ser cosas extrañas para los hombres, no para que os familiarecéis con ellas, no para que las profanéis ni la toméis como cosas triviales, sino para que las miréis con naturalidad, como cosas que existen, que han sido siempre y que os esperan para convivir con ellas en la vida eterna.