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El Origen del Mal

Este artículo pertenece al tema de La Creación. Parte 4 de 6

Vuestros números, vuestras ciencias más elevadas para medir y calcular los tiempos, no os bastarían para dar principio a una labor que solamente Dios puede llevar a cabo, por ser el Único que estará siempre más allá de los tiempos.

Sí, hijos míos, la consecuencia de todos los pensamientos, palabras y acciones que el espíritu tuvo en su principio por razón del libre albedrío, dio origen a las fuerzas invisibles, a las vibraciones del bien y del mal.

Los que en el uso del libre albedrío comenzaron a vivir en forma sana, tratando de alcanzar su bienestar y el del semejante, crearon vibraciones saludables, benéficas; y los que en el mismo uso del libre albedrío desoyeron la voz de la conciencia y se orientaron por las inclinaciones egoístas, propias de su soberbia, crearon fuerzas maléficas, engañosas.

Unas y otras vibraciones quedaron en el espacio espiritual, prestas a aumentar o disminuir su intensidad e influencia, atraídas según fueran los pensamientos de los espíritus, según sus obras posteriores, pero esas fuerzas invisibles no habrían de quedar aisladas de la evolución de los espíritus.

No, discípulos, esas vibraciones quedarían latentes sobre todos los seres.

Los que eran inspirados por la luz de la conciencia, sabían rechazar las malas influencias y buscaban las vibraciones benéficas y saludables; y los que en el uso del libre albedrío hacían obras opuestas al dictado divino, atraían las vibraciones perversas, insanas, aumentando su confusión; y de ese equilibrio provienen las enfermedades y las bajas pasiones que en vuestro mundo atormentan al hombre hasta vuestros días.

Yo que conozco vuestro principio y vuestro futuro en la eternidad, di a los primeros hombres armas con las que lucharan contra las fuerzas del mal; pero las despreciaron, prefirieron la lucha del mal contra el mal en la que nadie triunfa, porque todos resultarán vencidos.

Si me preguntáis cuáles fueron las armas que di a la Humanidad para luchar contra el mal, os diré que fueron la oración, la perseverancia en la Ley y el amor de los unos a los otros.

Os he hablado del origen de las fuerzas del bien y del mal; ahora os digo: Esas vibraciones habrían de llegar a todos los mundos que habría de formar, para probar a los hijos del Señor; mas con ello no buscaba vuestra perdición sino vuestro perfeccionamiento.

Prueba de ello es que Yo siempre me he manifestado a mis hijos, ya hablándoos a través de la conciencia, ya doctrinándoos a través de mis enviados o haciéndome hombre entre mis hijos, como en aquel Segundo Tiempo a través de Jesús.

El mal existe, de él se han derivado todos los vicios y pecados.

Los pecadores, o sea los que practican el mal, existen, lo mismo en la Tierra que en otras moradas o mundos; mas ¿por qué personificáis todo el mal existente en un solo ser, y por qué lo enfrentáis a la Divinidad? Yo os pregunto: ¿Qué es ante mi poder absoluto e infinito, un ser impuro, y qué significa ante mi perfección vuestro pecado?

¿Cómo os atrevéis a culpar a Dios de vuestras propias caídas, dolor e imprudencia?

¿Acaso queréis culparme por todo aquello que no viene de Mí sino que ha sido creación vuestra?

¿Queréis, por ventura, recoger amor cuando habéis sembrado lo contrario?

El dolor lo creáis vosotros y con él os hacéis justicia.

Yo no creé la muerte ni el infierno, porque al concebir mi Espíritu la idea de la Creación, sólo sentía amor y de mi seno sólo brotó vida; si la muerte y el infierno existiesen, entonces tendrían que ser obras humanas, por pequeñas; y ya sabéis que nada de lo humano es eterno.

Yo no hice este mundo para el dolor de los hombres; los mundos son lo que sus moradores quieren que sean.

Ved cuánto ha deformado la verdad el hombre con sus malas interpretaciones, cuán distinto ha interpretado el sentido figurado con el que se le ha revelado la vida espiritual.

Conocedme todos, para que ninguno me niegue; conocedme, para que vuestro concepto sobre Dios esté fundado en la verdad y sepáis que donde se manifieste el bien, ahí estoy Yo.

El bien no se confunde con nada. El bien es verdad, es amor, es caridad, es comprensión.

El bien es preciso, exacto, determinado. Conocedlo para que no os equivoquéis. Cada uno de los hombres podrá ir por diverso camino, pero si todos coinciden en un punto, que es el bien, llegarán a identificarse y a unirse.

No así cuando se empeñen en engañarse a sí mismos, dándole cariz de malo a lo bueno y disfrazando de bueno a lo malo, como acontece entre los hombres de este tiempo.

temas extraídos de las comunicaciones divinas de El Tercer Testamento

Cátedra Divina – Mayo de 1999

Este artículo pertenece al tema de Comunicaciones Divinas de espíritu a Espíritu. Parte 2 de 11

Comprended que con cada pecado que cometéis, añadís un nuevo tramo al camino de vuestra restitución espiritual por donde habréis de transitar de retorno, volviendo sobre vuestros pasos, para lograr regresar al estado primigenio de pureza con el que brotasteis del Padre.

Ved que os digo pureza, la que no debéis confundir con la perfección.

Os dije antes que la perfección solo la logra el espíritu por medio de su evolución; en cambio, todos estáis dotados de pureza desde el momento mismo en que brotasteis a la vida, pureza que proviene de la inocencia.

Todo espíritu, al nacer a la vida es dotado por el Padre de los mismos atributos y dones, y dentro de ellos se encuentran el libre albedrío y la conciencia.

Mas si todos fuisteis iguales al brotar de Mí, ¿qué es entonces lo que motivó que unos cometieseis errores que os llevaran a alejaros de la mansión del Padre, mientras que otros espíritus permanecieron a mi vera?

Es tiempo ya de que os explique esto.

En el momento mismo de comenzar vuestra vida espiritual, todas vuestras facultades y atributos estaban ya en vosotros; unos en plena vigencia los cuales pudisteis ejercer de inmediato, y otros que se encontraban en potencia, esperando por su desarrollo, el cual habría de ser llevado a plenitud después de una jornada de evolución y de aprendizaje.

Fue por virtud de aquellas facultades y atributos que comenzasteis a poner, por vosotros mismos, en vuestra incipiente vida espiritual las características que luego habrían de definiros como individuos.

No es el Padre quien os fija aquello que determina vuestro carácter; todos tenéis la misma herencia divina, pero toca a cada espíritu ir labrando, paso a paso, hecho tras hecho, pensamiento tras pensamiento, todo aquello que ha de construir su carácter.

Hoy, mucho tiempo después, esto os parece ser lo contrario, pues creéis que es vuestro carácter el que rige y norma vuestros pensamientos, palabras y obras, pero de cierto os digo que al principio esto no fue así.

Vuestro libre albedrío y vuestra conciencia se encontraban activos desde el principio de vuestro ser, mas siendo la conciencia perfecta e inmutable, permaneció invariable ya que no está sujeta a evolución, a diferencia de vuestro libre albedrío, el cual vais desarrollando tal y como todos los demás dones, de manera gradual.

¿Podría el Padre haberos puesto en total uso de vuestro libre albedrío desde el primer momento de vuestra vida espiritual? No mis hijos, porque aun estando en vosotros la conciencia, no podría ésta seros útil sin antes haberse expandido vuestro libre albedrío, y esto solo se logra por medio de su ejercicio, de su puesta en práctica.

Fue entonces cuando comenzaron los primeros errores, y en verdad os digo que absolutamente todo espíritu ha cometido, al menos en su infancia espiritual, errores que le han servido para aprender y para perfeccionarse.

Similitud de ello tenéis en vuestros hijos pequeños que con sus primeros pasos, van adquiriendo la destreza necesaria para aprender a caminar.

Mas durante ese proceso, vuestro libre albedrío tuvo efecto también sobre vuestro propio ser, marcando características propias que os han acabado por diferenciar de los demás.

Y así, mientras a unos, su carácter les permitió aceptar humildemente las reconvenciones y amorosas amonestaciones del Padre, asimilándolas y evitando con ello mayores errores, otros, en uso también de su libre albedrío, manifestaron su carácter rechazando toda corrección y trayendo como consecuencia de sus decisiones, el cometer nuevos y mayores errores.

Mientras unos fueron perfeccionando y elevándose, errando y aprendiendo de inmediato, otros caísteis de pendiente en pendiente hasta llegar a crear, virtud a vuestro don de creatividad, inusitados modos de vida y dentro de ellos, habéis creado el mal.

Sí, mis hijos, el mal no es obra divina, no es parte de la Creación del Padre. ¿Cómo podría serlo si el Padre es todo bien y todo amor, cuando todo en Dios es perfección? ¿Creéis por ventura, que como parte de vuestra herencia divina llevasteis desde vuestro principio la semilla del mal?

De la nada, nada puede brotar; si brotó el mal, entonces ¿de dónde vino? De vuestro carácter, el cual por decisión propia, hicisteis rebelde y desobediente.

Es natural que después de caer tanto como consecuencia de la desobediencia, el espíritu sienta que una fuerza mayor que él le oprime y le mantiene atado a las bajas pasiones y a las malas influencias.

Ved que os he hablado de vuestro carácter, de vuestra individualidad, mas no les confundáis con la personalidad, esa máscara de hipocresía a cuyo cultivo tantos de vuestros hermanos dedican todos sus afanes, convirtiéndose en misioneros de sí mismos y cayendo cada vez más en el abismo del odio, la intolerancia y el egoísmo.

Y me preguntáis: «Padre, ¿existe una cumbre de perfección para el espíritu? Y el Padre os responde ahora: «Si, mis hijos, existe una cumbre de perfección para el espíritu de los hijos; mas sin embargo, nunca llegará el hijo a ser igual al Padre, porque la perfección divina está más allá de lo que vosotros podéis comprender».

No os dije esto antes porque no lo habríais comprendido, pero vuestra evolución ha llegado al punto en que cosas que antes os hubieran turbado, hoy os iluminan el camino.

Así podréis comprender ahora que una es la perfección del Padre y otra es la perfección del hijo.

Mirad: Así como en vuestra vida humana cubre el hombre varias etapas ascendentes hasta llegar a la final donde culmina su vida en cuanto a la carne, a similitud, en el espíritu vais ascendiendo de morada en morada hasta llegar a la apoteosis de vuestra evolución, donde vuestra pureza no es ya nacida de vuestra inocencia, sino que procede de vuestra sabiduría, sabiduría que habéis adquirido después de una jornada que fue plena en experiencia y en aprovechamiento de las lecciones aprendidas durante la misma.

¿Es este el final de vuestra vida como espíritu? En verdad os digo que no, que es apenas cuando comenzará vuestro principado a mi diestra, ocupando el digno lugar que he reservado para cada uno de vosotros, lugar que nunca debisteis haber abandonado y donde como príncipes de la Creación, asumiréis vuestras nuevas y elevadísimas tareas con vuestros hermanos menores, colaborando de manera completa y perfecta con la divina Obra de amor del Padre.

Os he hablado también de los lazos invisibles que unen a cada uno de los espíritus entre sí y a éstos con su Señor; ahora es tiempo de explicaros que esos lazos son conductos de amor, son semejantes a rutas luminosas por donde fluyen pensamientos y vibraciones en un sentido y en otro.

Es a través de esos lazos que os comunicáis espiritualmente entre unos y otros, y es por medio de ellos que vuestro espíritu se comunica con el Mío y por donde, ahora, habéis aprendido a recibir la comunicación de mi Espíritu con el vuestro.

Por esos conductos eternos e inmortales, llegan a vosotros ideas, pensamientos e intenciones, y por medio de ellos también, enviáis a su vez los vuestros.

Todos sois depositarios de una fuente inmortal de salud y bienestar espiritual; cuando enfermáis es porque habéis cerrado la puerta de vuestro ser a los beneficios que emanan de esa fuente inagotable de amor.

Pues bien, es a través de esos lazos de amor que puede fluir la salud de un espíritu al otro; es así como Jesús curaba, transmitiendo por medio de la caridad que es amor, curación espiritual y sanación hacia el espíritu enfermo y a la materia por añadidura.

¿Puede enfermar el espíritu? En verdad que sí, muchas y variadas son las enfermedades que pueden aquejar a un espíritu; la tristeza, la desolación, las bajas pasiones, los vicios, la mala voluntad y la poca fe son algunas de las enfermedades de vuestro espíritu, mismas que por consiguiente se propagan a la materia.

Los médicos materiales sanan al cuerpo, pero al espíritu ¿quién le sanará? El espíritu.

¡Mi paz sea con vosotros!

El Pecado Original

El pecado original, tal y como lo enseñan las religiones cristianas, no es una doctrina divina, es una teoría humana.

De hecho, aunque suene escandaloso para muchas personas que fueron criadas de buena fe en la creencia de que este concepto deriva de una fuente divina, no hay una sola palabra en la Biblia que apoye esta teoría.

Los cristianos modernos creen que estas teorías son doctrinas emanadas de la Biblia debido a que los teólogos, predicadores y sacerdotes las enseñan como si fuesen doctrinas divinas tomadas directamente de la Biblia y tratan de darles un cierto semblante de credibilidad citando un par de versículos bíblicos totalmente fuera de contexto.

Sin embargo estas teorías no son doctrinas bíblicas y los primeros seguidores de Jesús jamás supieron de ellas.

El mismo Jesús nunca mencionó nada relativo a este asunto, simplemente no existe en los Evangelios.

Esta teoría o al menos la base de ella, fue inicialmente sostenida por Agustín, obispo de Hipo, en dos libros escritos en contra de Pelagius y Celestius, tan tardíamente como el año 418 de la era cristiana.

Más tarde, tres diferentes versiones de esta doctrina emergieron, cada una tachando de falsas a las otras y negándoles validez alguna.

Pero el principio básico en todas estas teorías es que la humanidad, a partir de Adán y Eva, tiene una naturaleza depravada y que todos nosotros, como descendientes de ellos, nacemos en pecado.

¿El Sexo, Pecado Original?

Por alguna extraña razón, la imaginación popular (y de muchos «estudiosos» antiguos de la Biblia), hizo girar los motivos del llamado original o caída, desviándolos de la desobediencia a los mandatos divinos hacia algo más terreno y mundano: el sexo.

Y sin darse cuenta de esa profanación, muchos hasta el día de hoy siguen atribuyendo a los placeres carnales la caída del ser humano.

Esto es totalmente equivocado: Una lectura cuidadosa de la parábola acerca del Jardín del Edén y de la caída de la gracia del género humano, contenida en los capítulos 2 y 3 de la Biblia, nos descubre algo de suma importancia: durante todo ese lapso ambos, Adán y su compañera, ¡son vírgenes!

Tan es así, que no es sino hasta el capítulo 4 donde Adán «conoce» (eufemismo del acto sexual en lenguaje bíblico) a su mujer y es también ahí donde por primera vez se le menciona con el nombre de Eva (madre, en hebreo arcaico).

Sí, así es. Desde la creación hasta la expulsión del Edén, a la mujer se le llama sencillamente mujer; por tanto, no es exacto decir que fueron creados Adán y Eva.

El único nombre mencionado es Adán, que no es nombre propio, sino que significa «hombre».

Las Escrituras

El concepto de pecado original no está basado en las Escrituras.

Si tomas tu Biblia y lees no tan solo al profeta Ezequiel sino también el libro de Exodo, encontrarás el concepto contrario: Cada hombre es responsable de sus actos y por tanto, no existe un pecado original que sea transmitido de generación en generación.
Deuteronomio 24:16 dice:

«Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.»

En Ezequiel 18:20 puedes leer:

«…el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él.»

En 2 Reyes 14:6 y Jeremías 31:30 podrás encontrar que una persona no deberá pagar por los errores de sus ancestros. La evidencia en contra del pecado original en la forma que lo entiende la Cristiandad es abrumadora.

Más aún, el hecho de que el hombre es creado a imagen de Dios es evidente en las Escrituras y no tan sólo en el capítulo 1 de Génesis sino también se vuelve a afirmar esto en el capítulo 5, después de la caída.

Si el hombre (entendido como el género humano) es creado a imagen y semejanza de Dios, ¿cómo puede entonces nacer depravado debido a su propia naturaleza?

Las enseñanzas divinas del Tercer Tiempo explican esto muy claramente:

«El pecado original no viene de la unión del hombre y la mujer; Yo, el Creador, establecí esa unión diciéndoles a ambos: Creced y multiplicaos.

Esa fue la primera Ley. El pecado ha estado en el abuso que han hecho del don del libre albedrío.»

«Sabéis que Dios dijo a los hombres: Creced y multiplicaos y henchid la tierra.

Esa fue la primitiva ley que se os dio, oh pueblo; más tarde, el Padre no pedirá a los hombres que tan sólo se multipliquen y que la especie siga creciendo, sino que sus sentimientos sean cada vez más elevados y que su espíritu emprenda un franco desarrollo y desenvolvimiento.»

«Mas si la primera ley fue la propagación de la raza humana, ¿cómo concebís que el mismo Padre os aplicase una sanción por obedecer y cumplir con un mandato suyo? ¿Es posible, pueblo, que en vuestro Dios exista una contradicción semejante?»

«Mirad qué interpretación tan material dieron los hombres a una parábola en que tan sólo se os habla del despertar del espíritu en el hombre; por tanto, analizad mi enseñanza y no digáis más que estáis pagando la deuda que por su desobediencia contrajeron los primeros pobladores con vuestro Padre. Tened una idea más elevada de la justicia divina.»

«Yo os he dicho que hasta la última mancha será borrada del corazón del hombre; mas también os digo que cada quien deberá lavar sus propias manchas.»

 

 

Las citas del Tercer Testamento pertenecen al Libro de la Vida Verdadera. Las citas bíblicas están tomadas textualmente de la versión española de Casiodoro de Reina
y Cipriano de Valera