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Cátedra Divina – Las Gotas del Amor
Llega vuestro espíritu ante Mí y me pregunta: Padre, ¿qué es el amor?
Y el Padre os responde:
Amor es el principio y el final de vuestro espíritu, porque de él brotasteis y a él habréis de regresar.
El amor verdadero es incondicional, sublime, infinito.
Voltead vuestra mirada y contemplad los campos, y les encontraréis llenos de ejemplos que os hablan del amor.
Ved los árboles, cómo año tras año, incansablemente, os brindan sus frutos sin reparar si estos son bien o mal recibidos, sin importar si caen en el suelo o las aves se los llevan, o si el viento los toma y los dispersa para que de su semilla broten nuevos árboles y nuevos frutos.
De esta manera deben ser también vuestros frutos, así debe ser vuestra misión de amaros los unos a los otros como Yo os amo y con ello estaréis imitando a vuestro Maestro; amad sin poner precio a vuestro amor, sin esperar recompensa alguna.
Como vosotros, los árboles tienen también su tiempo para crecer, su tiempo para dar fruto y después del otoño y del crudo invierno, tienen también su tiempo para renovar su follaje y volver a dar fruto.
Vosotros también sabéis de la primavera que es símbolo de la niñez, cuando todo se cubre de flores y de aromas deliciosos; conocéis también del verano, símbolo de vuestra juventud, donde el calor llena vuestra vida; sabéis también del otoño, cuando la madurez llega y a similitud de las hojas de los árboles al caer, caen de vosotros vuestros errores y recogéis a cambio la experiencia; y finalmente, llega la ancianidad, el invierno, cuando la blancura cubre vuestras sienes y una vez enfriadas las pasiones, repasáis todo cuanto antes habéis hecho.
Y así como al comenzar un nuevo año, los árboles vuelven a tomar vida, así también tomáis vida de nuevo vosotros cuando llegáis a encarnar en una nueva materia, por medio de la cual rendiréis también, a su debido tiempo, frutos de vuestro propio árbol.
Hijos míos, imitad a esos humildes árboles y dad fruto, dad sin cesar, sed alimento para todos cuantos os rodeen sin tomar en cuenta ingratitudes, traiciones o despojos; sed sombra para el caminante y refugio para las aves que van y vienen, no veáis abuso en quienes tomen mucho de vosotros, ved en ellos únicamente su necesidad, y a semejanza de los árboles, perfumad el hacha que os hiere con el suave aroma del perdón verdadero.
Y cuando sintáis desfallecer en la jornada, agobiados ante el peso de vuestras tareas de amor, mirad la hierba de los campos que en el estío pareciera morir; ved cómo basta un poco de agua para revivirla de nuevo; permitid así que el rocío divino reavive en vosotros el fuego del amor verdadero, amor que únicamente puede provenir de vuestro espíritu, porque Yo lo deposité en él al crearos, todos estáis dotados de ese mismo amor perfecto que es atributo divino.
El mundo os entrega otra lección, no la escuchéis porque en ella va la muerte de todo cuanto habéis labrado en vuestra experiencia recogida a lo largo de vuestras vidas.
El hombre y la mujer profanan en este tiempo el sublime mandato que os entregara el dulce Jesús; vedlos caminar por su vida sin amarse los unos a los otros, ved cuanto vacío en su vida, cuanta tristeza y soledad dejan a su paso, ved los hogares destruidos, las familias desunidas y la amargura y desengaño en los frutos de esas uniones, los hijos.
Ved a la niñez bendita perder su inocencia, muchas veces por la misma mano de quienes deberían ser custodios de ella.
No es eso lo que el Padre quiere para Sus hijos muy amados, mi enseñanza divina y mi Ley, os conducen por un camino muy diferente.
El que no ama es como la higuera de la parábola que no da fruto y por ello, más le valiera secarse, porque así, nadie le pediría nada.
Comprendéis ahora el significado profundo de esa lección del Maestro cuando ante la mirada atónita de sus discípulos, reprendió a la higuera estéril.
Y vosotros, decidme, ¿queréis ser vida para los demás o queréis ser como plantas parásitas que toman mucho sin dar nada a cambio?
Y cuando veáis apagar o desfallecer el fuego del hogar, avivadlo con vuestro soplo, el soplo del amor de vuestro espíritu, y veréis maravillados cómo esa brasa que sentisteis apagada y fría, renace y vuelve a irradiar calor y luz.
¿Creéis que de las cenizas brotará otra vez fuego si antes no las aviváis?
Una nueva etapa se ha abierto ante vuestras vidas, una etapa donde la tentación y el mal acechan por todos lados; ved cómo el enemigo no respeta nada ni a nadie, nada hay sagrado para él, los mismo os ataca a vosotros, como asola a la misma naturaleza, mas todo esto lo permite mi voluntad para prepararos para esa batalla final que llegará cuando el hombre menos lo espere, batalla que se acerca a vosotros a pasos agigantados.
En esa batalla final que será la del bien contra el mal, deberéis esgrimir vuestras mejores armas, que son las del amor, la vigilia y la caridad; vuestro escudo es la oración y vuestro manto es la piedad, manto con el que cubriréis a los caídos en esa batalla para guarecerles de las inclemencias y del fuego del combate.
En esa batalla final, el mal tratará de asediaros en todos los aspectos de la vida; os atacará por el Norte, por el Sur, por el Oriente y por el Occidente, y sentiréis por momentos que toda salida os es denegada; pero bastará con que levantéis la mirada a los cielos y entonéis un cántico de amor y perdón, y como sucediera en el Segundo Tiempo, la fe os levantará por encima de la tentación y de las pruebas a las que os sometan vuestros verdugos.
Y recordad lo que antes os dije, no es vuestra sangre ni vuestra muerte lo que la humanidad necesita, no, ese tiempo ya pasó; lo que es menester ahora, es que deis vuestra vida en una entrega infinita de amor, manifestada en cada instante de vuestra existencia.
Cubrid todo de amor y el amor os cubrirá a vosotros, tal será vuestra cosecha; no importa que no la veáis de inmediato y ni siquiera sabéis si os toque contemplarla en esta vida, pero sabed que Yo la pondré en mis graneros divinos y cuando sea llegado el tiempo, os la regresaré multiplicada al mil por uno.
¡Mi paz sea con vosotros!