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¡Curar! Un don que todos tenemos

«Venid todos a Mí y sanad de vuestros males, haced que vuestra fe obre el milagro de devolveros la salud y de alcanzar vuestra salvación. El milagro no está en Mí, sino en vosotros».

La salud es inmortal, porque es un bien que brota del Espíritu Divino.

Nosotros, toda la Humanidad, gozamos del don de curación, por medio del fluído que está en todo nuestro ser y que es nuestro principio vital: la fuerza de nuestro espíritu; con él podemos sanar a los enfermos; con las emanaciones de nuestro espíritu podemos levantar a los desahuciados y sanar las enfermedades extrañas e incurables para la ciencia humana.

Mas ese don no ha alcanzado en nosotros todavía su máximo desarrollo; nuestro don curativo espiritual ha encontrado muchos obstáculos debido a que no tenemos fe y confianza absoluta en él.

«Yo os doy un solo bálsamo para todas las dolencias, ya sean del espíritu o del cuerpo. Ese bálsamo, para que obre prodigios, necesita de la verdadera caridad que tiene por base la oración.»

El Mundo Espiritual nos dice que si nos entregamos con amor y espiritualidad al desarrollo de ese don, podremos contemplar como en breve tiempo, se realizarán ante nuestros ojos los verdaderos prodigios profetizados y prometidos por el Padre.

El desarrollo de los dones espirituales requiere de nosotros más esfuerzo, abnegación y sacrificio, mayor entrega, espiritualidad y preparación.

Para que el don curativo florezca, se desenvuelva y se manifieste ampliamente entre nosotros, tendremos que poner más espíritu, más corazón: en una palabra, más amor.

Debemos hacer que en el momento de nuestro trabajo espiritual, cuando vayamos a impartir bálsamo a los enfermos, nuestra consciencia sea clara, nuestra mente despejada y nuestro corazón limpio y lleno de buenos sentimientos, para que pueda sentir toda la ternura, caridad y preocupación por el semejante, por el hermano caído, por el hermano que sufre, sangra y llora.

«Los que habéis pedido el don de curación porque sabéis sentir el dolor ajeno, contemplaréis el desarrollo de esa facultad, y vuestra oración, vuestra palabra o mirada, llevará el bálsamo a los enfermos»

Si queremos que en nosotros se desarrolle el don de curación, es preciso que nuestro corazón sienta el dolor de los demás y que nuestro espíritu se despoje de todo egoísmo, consciente de que lleva un don precioso.

Al realizar nuestro trabajo de curación, debemos identificarnos con el Mundo Espiritual de Luz que llegará por nuestra inspiración, como emisarios del Doctor de los Doctores, para hacer sentir en los enfermos, la emanación sana, limpia y pura, llena de consuelo y luz, que brotando de ellos, al fundirse con nuestras propias emanaciones saludables y benéficas, obrarán el prodigio en los necesitados.

«Pensad que además de enseñaros a orar, os he dado el don de la palabra y os he enseñado a ungir, y en muchas ocasiones os he dicho que vuestra presencia puede obrar prodigios si verdaderamente estáis preparados.»

Analicemos que si el fluído benéfico brota del espíritu, él, entonces, se derramará en el espíritu, no en la materia del enfermo; ni siquiera es necesario que nuestras manos materiales toquen o unjan al enfermo.

El fluído espiritual bien puede darse en una mirada, en un pensamiento de amor, o en una palabra de consuelo; la forma más material de entregar la curación fluídica es tocando al enfermo, y la más espiritual, el usar la palabra, palabra que contenga esencia, ternura y bálsamo.