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La Controversia

Este artículo pertenece al tema de La Reencarnación y las Iglesias Cristianas. Parte 1 de 3

Durante el periodo de 250 a 553 de la Era Cristiana una controversia se inflamó, al menos intermitentemente, alrededor del nombre de Orígenes, y es a partir de esta controversia cuando emergen las más importantes objeciones que el Cristianismo ortodoxo eleva en contra de la reencarnación.

Orígenes de Alejandría, uno de los más grandes y sistemáticos teólogos de la Cristiandad, creía en la reencarnación.

Orígenes fue un hombre creyente en la autoridad de las escrituras, un azote de los enemigos de la iglesia y un mártir de la fe.

Él fue el maestro espiritual de una gran y agradecida posteridad y aun así, sus enseñanzas fueron declaradas como herejías en 553. Los debates y controversias que se encendieron debido a sus enseñanzas son, de hecho, los que forman el precedente del tema de la reencarnación en la iglesia.

El juicio en contra de Orígenes fue creciendo a trancos y comienza aproximadamente por el año 300, cincuenta años después de su muerte, y llega hasta el año 553. Dentro de sus críticos se encuentran escritores de gran preeminencia así como algunos eclesiásticos más bien mediocres y oscuros. Dentro de aquéllos se incluyen Metodio de Olimpo, Epifamio de Salónica, Teófilo Obispo de Jerusalén y el mismo Emperador Justiniano.

El primero de ellos, Metodio de Olimpo, era un obispo en Grecia y murió como mártir en el año 311. Él y Pedro de Alejandría, cuyos trabajos están perdidos casi por completo, representan la primera oleada de anti-origenismo.

Su preocupación principal era la preexistencia de las «almas» y los conceptos de Origenes respecto a la resurreción de los muertos, piedra angular de las creencias actuales del Cristianismo. Otra corriente de pensamiento aún más poderosa en contra de Orígenes floreció casi un siglo después.

Y quienes fueron sus voceros principales fueron Epifanio de Salónica, Teófilo de Alejandría y Jerónimo. Desde el año 395 hasta el 403 Orígenes fue el centro de un encendido debate al interior de la Cristiandad. Estos tres eclesiásticos aplicaron mucha energía y pensamiento a buscar objeciones y cuestionamientos hacia la doctrina de Orígenes.

Y en 535, de nuevo la controversia se avivó y al calor de ella el Emperador Justiniano, por razones más polìticas que espirituales, publicó un folleto en contra de Orígenes en 543, proponiendo nueve anatemas en contra de ·De Los Primeros Principios», la mayor obra de Orígenes.

Orígenes fue finalmente condenado en el Segundo Concilio de Constantinopla en 553, cuando fueron levantados quince anatemas en contra de él.

Pero los críticos de Orígenes lo atacaron en puntos individuales, y así no llegaron a formular una teología sistemática en oposición a las ideas de éste, organizadas en un sistema de pensamiento totalmente coherente.

Sin embargo se pueden detectar cinco puntos capitales individuales que el Cristianimo ha elevado en contra de la reencarnación.

1. Parece minimizar el concepto de salvación tan caro a los cristianos.
2. Entra en conflicto con la resurrección del cuerpo.
3. Crea una separación no natural entre cuerpo y «alma».
4. Se apoya en un uso demasiado especulativo de las escrituras cristianas.
5. No hay recuerdos de vidas pasadas.

Cualquier discusión sobre estos puntos sería más clara si se da un vistazo preliminar al sistema de Orígenes para estudiar este concepto.

Aunque es imposible hacer justicia en unas cuantas páginas a un pensador tan sutil y profundo como Orígenes, algunos aspectos definitorios de su pensamiento pueden ser sumarizados.

La reencarnación y el Cristianismo: Por la voluntad del Emperador

Es difícil de creer pero quien proscribió el concepto de reencarnación del Cristianismo fue… ¡un emperador romano!

Y lo hizo por propósitos muy mundanos.

Verás: En el año 543 de la era presente, el Emperador Justiniano (considerado por los historiadores como el último emperador romano), convocó un sínodo en Constantinopla, con el único propósito de condenar las enseñanzas de Orígenes sobre la doctrina de la reencarnación aunque el pretexto fue otro: Deliberar sobre los «Tres Capítulos» de las iglesias disidentes (consideradas por Justiniano como rebeldes y heréticas) que no se encontraban bajo el poder directo de Roma. Orígenes era en ese entonces, el más respetado y amado Padre de la Iglesia cristiana original.

El Mandato Imperial contra el Papa

El concilio, conocido también como el Segundo Concilio Ecunémico fue presedido por el Eutiquio, aspirante al patriarcado de Constantinopla, obviamente sujeto a Justiniano, y contó con la presencia de 165 obispos.

Pero el Papa Virgilio, cuya presencia había sido requerida por el Emperador, se opuso fuertemente al concilio y se refugió en una iglesia en Constantinopla, temeroso de la ira vengativa del malvado Emperador. El Papa no estuvo presente en ninguna de las deliberaciones ni envió representante alguno y por lo tanto, jamás aceptó que la doctrina de la reencarnación fuera proscrita del credo cristiano.

El concilio, bajo el total control del Emperador y en la ausencia del Papa, elaboró una serie de anatemas; unos historiadores dicen que fueron 14 y otros que fueron 15, anatemas que fueron dirigidas intencionalmente en contra de las tres escuelas de pensamiento a las que calificaron como heréticas, cuyas creencias Justiniano veía como enemigas de sus intereses políticos y que tenían a Orígenes como su teólogo más respetado. Dichos documentos fueron conocidos, a partir de entonces como «Los Tres Capítulos».

Sólo estos documentos fueron presentados al Papa para su aprobación pero la reencarnación ni siquiera era mencionado en tales papeles.

Pero el poder de Justiniano fue más que suficiente para hacer que su decisión personal de proscribir la reencarnación del canon cristiano prevaleciera por encima de las creencias del mismo Papa.

Los sucesores de Virgilio, incluyendo a Gregorio el Grande (590-604), aunque se ocuparon de diversos asuntos que surgieron a partir del Quinto Concilio, no mencionaban en lo absoluto nada acerca de los conceptos de Orígenes relativos a la doctrina de la reencarnación.

Las Trampas de Un Político Astuto

Lo que Justiniano hizo, fue forzar la aceptación de su decisión personal a lo que parece ser meramente una sesión de obispos que nnunca fue realmente un concilio, ya que no contó ni con la presencia ni con la aprobación del Papa.

Como muchos políticos astutos, Justiniano se las ingenió para aparentar públicamente que contaba con el apoyo ecuménico para esa proscripción la que, repetimos, no estaba incluida en los papeles y acuerdos derivados de ese concilio.

Después de todo, ¿qué obispo podría haberse opuesto a él y rehusarse a seguir sus órdenes?

Es a partir de entonces que la noción de la reencarnación desapareció del pensamiento cristiano en Europa y muchos creen, todavía hasta el día de hoy, que la no aceptación de la reencarnación es un verdadero dogma inspirado.

Todo por la decisión de… un emperador romano.

Alma y Espiritu. Una crucial diferencia

Prólogo

Desde las tempranas traducciones tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, ha prevalecido una confusión que ha desviado de su verdadero signicado a la noción o concepto de el ser interior dentro del ser humano, y ésto es debido al uso incorrecto de la palabra para denominar tal concepto.

Hablamos del espíritu.

La Septuaginta

El uso extendido de la palabra «alma» es totalmente inapropiada al referirse a la parte inmortal de nosotros la cual, de acuerdo con las religiones judeocristianas, sobrevive a la muerte y es eterna.

Y esta confusión tiene su origen en un error de siglos atrás, que data desde la misma primera versión traducida de los libros que componen la Biblia tal y como la conocemos ahora, es decir, la versión conocida como la Septuaginta.

Esta traducción hecha a partir de los textos originales del hebreo hacia el griego, fue ordenada por Tolomeo, gobernante de Egipto, unos tres siglos antes de Cristo.

La historia nos dice que, de acuerdo con su idea de la creación de lo que llegaría a ser la famosa Biblioteca de Alejandría, Tolomeo fue convencido por Demetrio de Falaro, su bibliotecario en jefe, de la necesidad de tener dentro de ella los libros sagrados de los israelitas debido a la relevancia e importancia de su contenido.

Y así, Tolomeo envió a Jerusalén algunos delegados, dentro de ellos Aristeo, un oficial de la guardia real, para solicitarle a Eleazar, el sumo sacerdote de los judíos, les proveyera una copia de la Ley así como a los sabios israelitas educados en el Templo de Jerusalén capaces de traducirla al griego.

La delegación fue exitosa: una copia ricamente ornamentada de la Ley fue enviada a Tolomeo junto con setenta y dos israelitas, seis de cada tribu, quienes fueron asignados para ir a Egipto y llevar a cabo el deseo del rey Tolomeo.

Fueron recibidos con grandes honores y durante siete dias asombraron a todos con la sabiduría que mostraron al responder setenta y dos preguntas que les fueron formuladas; después, fueron conducidos a la solitaria isla de Faros, donde comenzaron su trabajo de traducir la Ley, ayudándose mutuamente y comprando sus traducciones particulares conforme las iban completando.

Leyendas y mitos posteriores arguían que cada uno de ellos hizo su propia versión sin consultar a los demás y que cuando compararon los trabajos finales, éstos eran idénticos; esto, por supuesto, es falso.

De hecho, existen muchos testimonios históricos, incluyendo la carta de Aristeo a su hermano, Filócrato, que afirma lo contrario a esa leyenda. Y más aún, Jerónimo, el traductor de la Septuaginta a su versión latina (Vulgata), descartó esas leyendas como meras fábulas llenas de falsedad (Prefacio en Pentateuchum, Adv. Rufinum, II, XXV).

Como sea que hubiera sido, finalmente la traducción fue completada y el rey pareció muy satisfecho con el trabajo y lo colocó dentro de su nueva biblioteca.

Pero lo que verdaderamente sucedió es que, en ese entonces, las relaciones entre los sacerdotes judíos de Jerusalén y la comunidad judía en el exilio -que usaba cómunmente el griego como su idioma cotidiano- eran casi inexistentes y ahi surgió el primer problema: confiar la traducción a los sacerdotes judíos de Egipto, que aun cuando muy capaces de manejar las sutilezas del griego, estaban muy lejos de poseer la sabiduría de los ilustres sacerdotes educados a la sombra del Templo de Jerusalén, o depender de los expertos en la Ley hebrea residentes en Judea, cuya comprensión del griego era vaga.

Las Dificultades

Y para abundar, había otro problema adicional, como lo explica Brenton, el experto en versiones traducidas de la Septuaginta:

«Una dificultad que ellos tuvieron que sobrepasar fue la de introducir ideas teológicas, de las cuales ellos solo tenían los términos correctos en hebreo, al lenguage de los gentiles, el cual para ese entonces carecía de nociones religiosas más allá de las propias de los paganos. He ahí la necesidad de usar muchas palabras o frases tratando de darles un nuevo y apropiado sentido.»

«Estos señalamientos no tienen como intención quitarle valor a la versión Septuaginta; su objetivo es más bien el mostrar las dificultades que los traductores tuvieron que enfrentar y las razones por las cuales en algunos respectos fallaron; así como también el tratar de llegar al pensamiento que ocupaba la mente de algunos, que exaltaron esta versión como si poseyera algo que reflejara una autoridad alineada con el texto en hebreo mismo.»

Una Misma Palabra

Había dos palabras en hebreo que carecían de equivalente en griego (en aquella época, el Koinos era el dialecto en boga): rowah (espíritu y en género femenino) y nephesh (alma, masculino). Ambas fueron traducidas como psyche, la que asímismo fue usada para traducir del hebreo hacia el griego una tercera palabra, la palabra «mente», por lo cual psyche vinieron a significar, indistintamente, «mente», «espíritu» y «alma».

Rowah fue la palabra usada en los textos originales para describir algo que es inmortal y etéreo, contrariamente a nephesh que se refería a algo material, físico, que podía ser tocado, comido y ciertamente no inmortal.

En algunas versiones bíblicas modernas, muy debatidas dentro de sus respectivas comunidades, sus revisores han corregido a partir de 1960 estas discrepancias -cambiando el término alma por el de «persona» o «ser»- aunque han sobrevivido errores como sucede en las versiones revisadas de la traducción conocida como Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera, donde Pablo hace una cita bíblica (usando el término que venía en la Septuaginta) que si usted la sigue, no corresponde a la letra del versículo citado en esa misma Biblia.

Así, en las versiones revisadas posteriormente a 1960 en Corintios 1 15:45 Pablo afirma: «Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán, alma viviente»…

El texto citado (Génesis 2:7) dice: «…y fue el hombre un ser viviente»… Como puede apreciarse, este segundo texto fue ya corregido aun cuando el revisor tímidamente usa la palabra «ser» en lugar de la original del texto hebreo que es «espíritu». El texto de Pablo -no corregido aún probablemente por omisión o descuido- permanece apegado a la versión Septuaginta, con el uso inapropiado de la palabra «alma» en lugar del término «espíritu». Probablemente se percató Pablo de esto porque a continuación explica: «el postrer Adán, espíritu vivificante»; es decir, el que vivifica al cuerpo es el espíritu, no el alma.

Es por esto que muchos creyentes en las religiones cristianas acostumbran todavía hoy en día, seguir denominando al espíritu como alma.

Ejemplos

Abajo están algunos ejemplos de las discrepancias entre ambos conceptos que ilustran ésto:

DONDE EL «alma» ES MORTAL DONDE EL «alma» ES INMORTAL
Génesis 17:14 Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella alma será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto. Génesis 35:18 Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni; mas su padre lo llamó Benjamín.
Deuteronomio 12:20 Cuando Jehová tu Dios ensachare tu territorio, como él te ha dicho, y tú dijeres: Comeré carne, porque deseaste comerla, conforme a lo que deseaste podrás comer. Deuteronomio 6:5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
Jueces 16:16 Y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia. 1 Samuel 1:26 Y ella dijo: ¡Oh, Señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová
Job 33:20 Que le hace que su vida aborrezca el pan, y su alma la comida suave Job 33:28 Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro, y su vida se verá en luz.
Salmo 35:13 Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio; afligí con ayuno mi alma, y mi oración se volvía a mi seno. Salmo 16:10 Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.